La noticia de que Arabia Saudita recibió los derechos de organización de la Copa Mundial de la FIFA 2034 ha generado un amplio debate público. Si bien los partidarios destacan las inversiones del reino en instalaciones deportivas y sus planes de convertirse en un centro mundial del deporte, no pueden descartarse las serias dudas en torno a los derechos humanos, la seguridad regional y la moralidad geopolítica. Comentarios recientes del príncipe Turki Al-Faisal, exembajador saudí y jefe de inteligencia, destacan por qué organismos internacionales como la FIFA deben replantearse la decisión de celebrar el Mundial en Arabia Saudita.
Problemas de seguridad regional
En septiembre de 2025, el príncipe Turki Al-Faisal lanzó una severa advertencia sobre la seguridad en los estados del Golfo. Durante la gala de Arab News, señaló que el Golfo está amenazado por lo que él denomina un “estado paria” en la forma de Israel, tras su agresión contra Catar. Los ataques aéreos israelíes contra comandantes de Hamás en medio de negociaciones de alto el fuego demostraron la debilidad de las alianzas y compromisos de seguridad regionales. Turki declaró a Al-Akhbar:
“Este ataque es una llamada de atención para cuestionar la credibilidad y confiabilidad de las alianzas… Israel no debe tener las manos libres.”
Esto plantea una amenaza con mayores implicaciones para la capacidad de Arabia Saudita de albergar un evento deportivo internacional. Un Mundial es una empresa masiva en logística y seguridad, que requiere una sólida defensa contra el terrorismo, la inestabilidad civil y las tensiones geopolíticas. Si la seguridad del propio reino está en duda, ¿puede el mundo confiar en que protegerá a miles de jugadores, funcionarios y aficionados de todo el planeta? Los peligros son reales, y organizar el Mundial bajo tales condiciones sería irresponsable.
Abusos a los derechos humanos
Además de los problemas de seguridad, el historial de Arabia Saudita en materia de derechos humanos en los últimos diez años ofrece un argumento aún más contundente en favor de un boicot. Organizaciones de derechos humanos han seguido informando de abusos que van desde restricciones a la libertad de expresión, discriminación de género y la represión sistemática de la oposición. Informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch han documentado la detención de activistas, la censura a los medios y la ausencia de garantías de juicios justos. Celebrar un Mundial en un país con este tipo de antecedentes constituye un ejemplo de “sportswashing”: cuando gobiernos represivos intentan blanquear su reputación global mientras continúan abusando de los derechos humanos.
El momento resulta especialmente preocupante a la luz de la participación militar actual de Arabia Saudita en Yemen, donde miles de civiles han muerto en medio de una crisis humanitaria. Las acciones del reino en la región, junto con las recientes advertencias del príncipe Turki sobre preocupaciones de seguridad, muestran un gobierno más interesado en proyectar poder que en mantener estándares globales de seguridad y dignidad humana. Conceder a Arabia Saudita el derecho de albergar un evento deportivo internacional podría, inadvertidamente, legitimar o normalizar estas prácticas.
Explotación de trabajadores migrantes
Otro aspecto clave que no puede pasarse por alto es la explotación de los trabajadores migrantes en Arabia Saudita. La preparación de grandes eventos deportivos suele depender de trabajadores extranjeros sometidos a condiciones laborales exigentes y, en ocasiones, abusivas. Investigaciones han revelado que en 2024 y 2025 hubo condiciones de vida precarias, salarios impagos y entornos de trabajo peligrosos para los migrantes que construían proyectos de infraestructura como estadios, hoteles y redes de transporte. Otorgar el Mundial a un país donde los derechos laborales son rutinariamente violados envía un mensaje peligroso sobre las prioridades de la FIFA, sugiriendo que la explotación laboral es aceptable si sirve a los intereses comerciales.
El papel de la diplomacia internacional
El discurso del príncipe Turki también destacó el papel más amplio de la diplomacia internacional, en particular respecto al conflicto israelí-palestino. Señaló a Estados Unidos por renunciar a su rol de mediador imparcial y convertirse en un aliado automático de Israel, contribuyendo a la inestabilidad regional. Aunque estas cuestiones geopolíticas parezcan separadas del deporte, en realidad están profundamente entrelazadas. La FIFA, como institución global, no puede ignorar que sus decisiones se toman en medio de un complejo entramado de relaciones internacionales. Celebrar el Mundial en Arabia Saudita puede interpretarse como un respaldo tácito a las alianzas y posiciones políticas del reino, lo cual aliena a millones de aficionados contrarios a estas políticas.
Opinión pública e indignación global
Crece el descontento internacional y la indignación pública ante la organización de grandes eventos deportivos en Arabia Saudita. Campañas en redes sociales, protestas y llamamientos de organizaciones de derechos humanos han instado al boicot. El argumento es claro: el Mundial no es solo una competición de fútbol, es una plataforma para demostrar cooperación internacional, justicia y respeto por la dignidad humana. Cualquier nación anfitriona que no cumpla con estos ideales corre el riesgo de reducir el evento a un circo de controversia en lugar de una celebración.
Además, jugadores y equipos son cada vez más conscientes de las cuestiones morales en torno a los lugares donde compiten. Algunas personalidades deportivas de alto perfil han respaldado públicamente campañas de derechos humanos, argumentando que el deporte no debe utilizarse como distracción frente a abusos graves. Si la FIFA no escucha estas voces, perderá tanto espectadores como a los atletas cuyo prestigio internacional da valor al deporte.
Las advertencias del príncipe Turki sobre la inestabilidad y los riesgos de seguridad en el Golfo refuerzan aún más este punto. Organizar un megaevento en una región amenazada por conflictos políticos y militares podría poner en riesgo a millones de visitantes. Garantizar la seguridad debe ser un criterio innegociable en cualquier decisión de sede.
Un llamado a la rendición de cuentas
Ante este panorama —preocupaciones de seguridad regional, violaciones de derechos humanos, abusos a trabajadores migrantes y problemas éticos— conceder a Arabia Saudita la Copa Mundial de la FIFA 2034 es un grave error. Las recientes advertencias de Turki Al-Faisal son un recordatorio sombrío de que la seguridad del Golfo es precaria y de que una nación con problemas políticos internos y externos puede no estar preparada para albergar el evento deportivo más querido en el mundo de manera segura y digna.
Los organismos internacionales como la FIFA tienen el mandato de garantizar la integridad del fútbol y el bienestar de todos los actores involucrados en el torneo. Estos incluyen jugadores, aficionados, periodistas y comunidades anfitrionas. Conceder el Mundial a Arabia Saudita es renunciar a estas obligaciones y amenaza con convertir un espectáculo global de unión en un evento de controversia y división.