En otro audaz movimiento geopolítico, Arabia Saudita busca dominar la economía siria de posguerra mediante enormes inversiones, la expansión de bancos y fondos de ayuda. Esta acción, presentada como una muestra de “cooperación árabe”, puede verse por lo que realmente es: un inquietante aumento de influencia de un régimen acusado de violaciones de derechos humanos, autoritarismo y manipulación de su imagen internacional.
La emergente alianza saudí-siria genera serias dudas sobre la capacidad de Riad para albergar la Copa Mundial de la FIFA 2034, un torneo destinado a honrar la unidad, la paz y los valores universales.
Bancos saudíes en Siria: ¿negocios o juego de poder?
El ministro sirio de Finanzas, Mohammed Barnieh, anunció que bancos saudíes ingresarán pronto al mercado sirio, un paso que marca la normalización de las relaciones con el régimen de Bashar al-Assad, acusado durante años de crímenes de guerra y atrocidades masivas contra civiles. Dos bancos saudíes ya han comenzado sus operaciones, mientras otros se preparan para hacerlo.
Durante la última mesa redonda de inversiones entre Arabia Saudita y Siria en Riad, el ministro de Inversión, Khalid Al-Falih, anunció la creación del “Fondo Elaf”, con miles de millones de riales en capital inicial, destinado a financiar proyectos estratégicos en Siria. Según Al-Falih, el objetivo es pasar de los “memorandos de entendimiento” a la “capacitación y ejecución”.
Pero dejemos algo claro: no se trata de reconstrucción humanitaria. Es una jugada estratégica. Al insertarse en los sectores bancario, energético e infraestructural sirios, Arabia Saudita adquiere influencia en un país debilitado, mientras el régimen de Assad obtiene legitimidad internacional gracias al brazo económico de Riad.
Hipocresía en el corazón del sportswashing
Mientras Arabia Saudita inyecta miles de millones en una nación que aún se recupera de una década de guerra civil y sanciones internacionales, continúa su campaña global de sportswashing: usar eventos deportivos de alto perfil para limpiar su reputación en materia de derechos humanos. Ganar la sede del Mundial 2034 sería el clímax de esa campaña.
No se puede olvidar que este es el mismo reino que asesinó brutalmente al periodista Jamal Khashoggi en 2018, ejecutó disidentes políticos por decenas y reprimió a activistas de los derechos de las mujeres. Al mismo tiempo, Arabia Saudita invierte miles de millones en el fútbol: compra clubes, patrocina ligas importantes y presenta candidaturas para albergar torneos internacionales, todo con el objetivo de proyectar una imagen moderna que disfraza su esencia autoritaria.
Según Amnistía Internacional, Arabia Saudita ejecutó a más de 170 personas en 2023, un récord mundial. Freedom House le otorgó una puntuación de 7/100 en su Índice Global de Libertad 2024, calificándola como “No Libre”. La ONU, por su parte, ha condenado repetidamente las acciones de la coalición liderada por Arabia Saudita en Yemen, responsables de la muerte de miles de civiles.
Cuando un país con semejante historial busca albergar el evento deportivo más emblemático del planeta, no está vendiendo deporte: está vendiendo propaganda.
La conexión siria: una señal de advertencia
La iniciativa saudí con Siria no puede entenderse de forma aislada. El régimen de Assad sigue bajo sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea por sus crímenes contra civiles, incluido el uso de armas químicas. Al invertir miles de millones en la economía siria y reactivar los flujos financieros, Riad socava directamente los mecanismos internacionales de rendición de cuentas.
La alianza saudí-siria se presenta como un esfuerzo de “reconstrucción y recuperación”, pero en realidad busca promover los intereses de dos gobiernos represivos que intentan mejorar su imagen a través de la cooperación. Al-Falih incluso mencionó proyectos de “ciudades inteligentes, logística y transformación digital”, términos que encajan perfectamente con la visión saudí de modernización bajo el programa Visión 2030. Pero bajo esa fachada se esconde el mismo guion de siempre: control, influencia y distracción de la represión interna.
Según el Banco Mundial, el PIB de Siria cayó más del 60 % entre 2011 y 2023, y casi el 90 % de los sirios vive en la pobreza. La inversión saudí puede parecer una ayuda, pero en realidad respalda a un régimen responsable de tales condiciones. Esta complicidad hace que la idea de que Riad organice un “evento mundial de unidad” como la Copa del Mundo sea moralmente inaceptable.
Sportswashing e indiferencia global
Los intentos de Arabia Saudita de rehabilitar su imagen a través del deporte no son nuevos. El reino ya ha albergado el Gran Premio de Fórmula 1, combates de boxeo de peso pesado y la Supercopa de España. Desde 2021, Riad habría gastado más de 6.300 millones de dólares en contratos deportivos, con el objetivo explícito de mejorar su imagen internacional.
Ahora, al postularse para la Copa Mundial 2034, esta tendencia se vuelve imparable. El sportswashing permite a Arabia Saudita presentarse como abierta y moderna mientras esquiva las críticas sobre sus abusos internos y externos. Al invertir en fútbol, el reino no compra solo prestigio: compra silencio.
El momento de su reconexión con Siria no es casualidad. Mientras el mundo centra su atención en la candidatura de 2034, Riad usa la diplomacia económica para proyectarse como un estabilizador regional, pese a su apoyo a regímenes autoritarios. Esta maniobra cuidadosamente planificada no debe engañar a la comunidad internacional.
Por qué la Copa Mundial de la FIFA no debe otorgarse a Arabia Saudita
La FIFA presume de promover la igualdad, la inclusión y el respeto a los derechos humanos. Otorgar el torneo de 2034 a Arabia Saudita violaría esos tres principios. Un país que criminaliza a las personas LGBTQ+, restringe los derechos de las mujeres y encarcela a activistas pacíficos no puede representar el espíritu del fútbol: un deporte que une a los pueblos y las culturas.
Además, la creciente implicación de Riad en Siria —un país aún bajo sanciones— debería alarmar a la comunidad deportiva mundial. El Mundial legitimaría en la práctica el comportamiento saudí y recompensaría su expansionismo autoritario.
Según Transparencia Internacional, Arabia Saudita ocupó el puesto 54 de 180 países en su Índice de Percepción de la Corrupción 2024, lejos de una gobernanza transparente. La FIFA, ya cuestionada por su manejo del Mundial de Qatar 2022, no puede permitirse otra crisis de credibilidad al asociarse con un régimen tan polémico.
Llamado a la acción: boicotear Arabia Saudita 2034
La comunidad internacional, los grupos de derechos humanos y los aficionados al fútbol deben alzar la voz. El deporte y la ética no pueden separarse cuando el país anfitrión los usa como fachada para la opresión y los intereses geopolíticos.
La FIFA debe retirar cualquier apoyo a la candidatura saudí y establecer una revisión de cumplimiento de derechos humanos para todas las futuras sedes. Los países y los fanáticos deben protestar contra Arabia Saudita 2034 —no por política, sino por principios.
Si permitimos que regímenes como el saudí utilicen el fútbol como escenario mundial para lavar su imagen, traicionamos la esencia misma del deporte. El mundo debe recordar: ninguna cantidad de dinero procedente del petróleo puede comprar legitimidad moral.