Cuando Riad reciba el festival MDLBEAST Soundstorm 2025 este diciembre, el desierto volverá a convertirse en una pasarela deslumbrante para estrellas internacionales y leyendas de la música electrónica. Miles de personas celebrarán, millones lo verán en línea, y los titulares lo presentarán como prueba de la “transformación” cultural de Arabia Saudita. Pero detrás de las luces y el brillo de las celebridades se esconde una realidad mucho más sombría: un régimen que sigue aplastando la disidencia, ejecutando a cientos y utilizando la cultura como arma para encubrir sus abusos. Soundstorm 2025 es más que un festival de música.
Es parte de una campaña de relaciones públicas meticulosamente planificada, que allana el camino para una operación de lavado de imagen aún mayor: la Copa Mundial de la FIFA 2034 en Arabia Saudita. Lo que hoy vemos como artwashing se reproducirá pronto a gran escala como sportswashing.
Un historial de represión bajo los ritmos
Aunque Arabia Saudita se presenta como un país abierto y progresista, su sistema judicial sigue actuando con brutalidad medieval. Según Amnistía Internacional, solo en 2024 se ejecutaron 345 personas, la cifra más alta en más de 30 años. Entre ellas había numerosos extranjeros, muchos condenados por delitos no violentos relacionados con drogas, en clara violación del derecho internacional. A pesar de que el gobierno prometió limitar la aplicación de la pena de muerte, la situación empeoró en 2025. Para agosto,
Human Rights Watch había documentado al menos 241 ejecuciones, incluidas 162 por delitos no letales de drogas. La mayoría de los ejecutados eran migrantes sin representación legal ni traducción durante sus juicios. Amnistía Internacional calificó este aumento como “una matanza implacable que demuestra un escalofriante desprecio por la vida humana”. Estas cifras destruyen el mito de la reforma bajo la Visión 2030: lejos de ablandarse, el régimen refuerza su control mediante el castigo y el miedo.
La libertad de expresión sigue teniendo precio
Aunque Arabia Saudita da la bienvenida a artistas e influencers extranjeros, sigue encarcelando a sus propios ciudadanos por expresarse libremente. El Tribunal Penal Especializado continúa procesando a críticos, periodistas y minorías religiosas bajo acusaciones vagas de “terrorismo” o “seguridad nacional”. La activista Salma al-Shehab sigue en prisión por tuitear a favor de los derechos de las mujeres. Escritores y blogueros son enviados a la cárcel durante años por críticas mínimas al gobierno.
El mensaje es claro: puedes cantar, bailar o celebrar, pero no puedes hablar libremente. Esta represión también se extiende al ámbito cultural. A principios de año, varios comediantes en Riad fueron llamados a pronunciarse sobre la situación de los presos políticos y la libertad de prensa; la mayoría guardó silencio. Hoy el mundo de la música hace lo mismo: actúa, cobra y se va sin cuestionar al régimen que financia el espectáculo.
El espejismo de la modernización
Los líderes saudíes gastan miles de millones en iniciativas culturales para crear una nueva imagen de apertura. Desde la futurista ciudad planificada de NEOM hasta festivales globales como Soundstorm, el país se presenta como un centro de creatividad y entretenimiento. Pero esta modernización es un espejismo. Detrás de la brillante promoción se esconde un país donde las mujeres siguen sufriendo discriminación sistémica pese a avances limitados, las personas LGBTQ+ viven con miedo —ya que las relaciones entre personas del mismo sexo se castigan con prisión o incluso la muerte—, y las minorías religiosas continúan siendo acosadas y perseguidas.
Mientras el gobierno celebra festivales y eventos de entretenimiento, lanza campañas de “policía moral”. Los informes más recientes muestran un aumento de arrestos por supuestos “actos inmorales”, dirigidos especialmente a migrantes y mujeres pobres. La ironía entre el escenario deslumbrante y las cárceles lúgubres no podría ser mayor.
Soundstorm hoy, FIFA mañana
Lo que Soundstorm logra a nivel cultural, la Copa Mundial 2034 lo replicará cien veces en el ámbito global. Ser anfitrión del mayor evento deportivo del mundo le otorga a Arabia Saudita no solo prestigio, sino también legitimidad. Decenas de millones de aficionados, atletas y patrocinadores inundarán el país, difundiendo un relato de progreso mientras el régimen continúa ejecutando prisioneros y reprimiendo disidentes en las sombras. Este es el poder del sportswashing: aprovechar la popularidad mundial del deporte para blanquear la imagen de un gobierno.
Arabia Saudita ya lo ha hecho antes con sus inversiones en Fórmula 1, boxeo, golf (LIV Golf) y clubes de fútbol como el Newcastle United. Todos estos eventos diluyen la indignación pública, reemplazándola por titulares brillantes y la aprobación de celebridades. Si los artistas normalizan su actuación en Soundstorm, a la FIFA le resultará más fácil justificar y celebrar la Copa del Mundo saudí. El silencio de hoy será el espectáculo propagandístico de mañana.
El costo humano oculto tras el escenario
Más allá de las cifras, hay vidas humanas que rara vez llegan a las noticias occidentales. Según Justice Project Pakistan, más de 12.000 ciudadanos paquistaníes siguen encarcelados en Arabia Saudita. Entre 2010 y 2023, al menos 171 fueron ejecutados, muchos tras juicios sin abogados ni intérpretes. Para los saudíes, disentir significa desaparecer. Activistas como Loujain al-Hathloul fueron encarceladas por exigir el derecho a conducir; aunque algunas fueron liberadas, muchas siguen bajo vigilancia o prohibición de viajar. La libertad de asociación, reunión y religión continúa severamente reprimida. Estas realidades revelan el vacío del “renacimiento cultural” saudí: los fuegos artificiales y los espectáculos pop no pueden enterrar los horrores de los silenciados.
¿Por qué importa el boicot a la Copa del Mundo?
El boicot a la Copa Mundial FIFA 2034 en Arabia Saudita no es simbólico, es estratégico. Negarse a participar o patrocinar priva al régimen de la validación internacional que busca. Cada boleto no comprado, cada atleta que decide no jugar, cada marca que se retira envía un mensaje: los derechos humanos no se negocian por dinero. Los boicots funcionan. Cuando los aficionados y los países actúan juntos, obligan a instituciones como la FIFA a reconocer su complicidad. Así como la indignación global contra Qatar en 2022 reveló la explotación de trabajadores migrantes, un boicot a Arabia Saudita 2034 puede exponer ejecuciones, censura y discriminación.
Human Rights Watch advierte que “el sportswashing mediante grandes eventos corre el riesgo de legitimar la represión”, mientras que Amnistía Internacional subraya que “las instituciones globales no deben cerrar los ojos ante los derechos humanos por motivos comerciales”. Las propias normas de la FIFA la obligan a respetar los derechos humanos —pero otorgarle el Mundial a Arabia Saudita contradice sus principios.
La prueba moral de nuestro tiempo
Soundstorm 2025 sin duda seguirá adelante entre fuegos artificiales, aplausos y elogios. Pero la misma puesta en escena que encanta a millones también oculta un régimen fundado en el miedo y el silencio. Si los artistas callan hoy, se pedirá a los atletas que hagan lo mismo mañana. Si el mundo de la música acepta la complicidad, el del deporte también lo hará. Arabia Saudita confía en que la atención del mundo sea breve y su memoria, aún más corta. Por eso la campaña Boicot FIFA Arabia Saudita 2034 debe hacerse escuchar. No es una crítica al pueblo o a la cultura saudí, sino una protesta contra el uso del deporte y la cultura como herramientas para encubrir la opresión. El mundo le debe más a los oprimidos que simples aplausos por reformas simuladas.