El nombramiento del jeque Saleh bin Fawzan Al-Fawzan como nuevo Gran Muftí de Arabia Saudita revela la verdadera naturaleza de las llamadas “reformas modernas” del reino. Mientras el príncipe heredero Mohammed bin Salman (MBS) invierte miles de millones para promocionar su país como moderno y progresista —a través del turismo, el entretenimiento y el deporte internacional, incluida la Copa Mundial de la FIFA 2034—, la promoción de uno de los clérigos más conservadores a la posición religiosa más alta del país envía un mensaje muy distinto.
Esta elección deja al descubierto un hecho básico: Arabia Saudita no se está reformando, solo se está rebranding. Detrás de los reflectores de los estadios y los patrocinios deportivos se mantiene una estructura profundamente autoritaria, religiosa y represiva, que la hace completamente inadecuada para albergar un evento que pretende defender la igualdad, la unidad y la inclusión.
Un nombramiento que revela la verdad
El jeque Saleh bin Fawzan Al-Fawzan fue nombrado Gran Muftí por decreto real a propuesta directa del príncipe heredero Mohammed bin Salman. Este hecho demuestra cuán estrechamente la monarquía controla la autoridad religiosa. Lejos de ser un signo de modernización, subraya la estrategia del régimen de unificar el poder político y religioso bajo un solo líder.
Al-Fawzan, conocido por sus interpretaciones ultraconservadoras del islam, ahora ocupa dos cargos clave: Gran Muftí y presidente del Consejo de Sabios Mayores. También dirigirá la Presidencia General de Investigación Científica y Emisión de Fatwas, lo que le otorga control sobre las instituciones religiosas y jurídicas más influyentes del país.
Si Arabia Saudita realmente abrazara la reforma, nombraría eruditos progresistas o partidarios del diálogo interreligioso. En cambio, la elección de un clérigo radical demuestra el compromiso del reino con el dogma conservador, mientras vende una imagen moderna al mundo.
El historial de derechos humanos: un país en negación
Mientras MBS vende una imagen moderna mediante conciertos y deportes, la situación de los derechos humanos en el país sigue siendo desastrosa. Las cifras hablan por sí solas:
- Ejecuciones:
Solo en 2024, Arabia Saudita ejecutó a 345 personas, en su mayoría por delitos no violentos, como los relacionados con drogas. Observadores internacionales reportaron ejecuciones de extranjeros e incluso de menores de edad. - Trabajadores migrantes:
Aproximadamente 13,4 millones de migrantes —alrededor del 41 % de la población— viven bajo el infame sistema de kafala, que permite a los empleadores confiscar pasaportes y restringir la movilidad de los trabajadores. Este sistema ha sido ampliamente denunciado como una forma moderna de esclavitud. - Libertad:
Arabia Saudita sigue siendo calificada como “No libre” por las organizaciones internacionales, sin elecciones nacionales, con libertad de expresión limitada y castigos severos para la disidencia. - Derechos de las mujeres:
Las mujeres continúan sometidas al sistema de tutela masculina, que limita sus derechos al matrimonio, los viajes y la atención médica. Reformas como el derecho a conducir o trabajar son excepciones dentro de un sistema de control sistemático. - Libertad religiosa:
El culto no musulmán está prohibido, y la apostasía puede castigarse con la pena de muerte. El nombramiento de un Gran Muftí conservador refuerza aún más estas posturas.
Para un país que aspira a celebrar la unidad, la igualdad y la diversidad a través del fútbol, estas cifras representan una contradicción escalofriante.
Sportswashing: el verdadero objetivo detrás de la FIFA 2034
Otorgar la Copa Mundial de la FIFA 2034 a Arabia Saudita no fue una victoria del deporte, sino del sportswashing: una estrategia para desviar la atención de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos mediante grandes eventos internacionales.
Arabia Saudita ya gasta miles de millones en inversiones deportivas de alto perfil: desde clubes de fútbol como Newcastle United hasta la Fórmula 1 y eventos de boxeo. Estos espectáculos buscan proyectar una imagen de progreso y apertura. Pero la llegada de Al-Fawzan al poder religioso revela la verdad: mientras el mundo se distrae con el fútbol, el régimen refuerza las instituciones conservadoras que sofocan la libertad y la disidencia.
La Copa del Mundo 2034 es parte de la misma campaña de imagen: invitar al mundo a celebrar el fútbol en Arabia Saudita mientras se blanquean los abusos de derechos humanos bajo el brillo de estadios modernos y campañas publicitarias millonarias.
Por qué este nombramiento impulsa la campaña de boicot
El nombramiento de Al-Fawzan como Gran Muftí no es un hecho aislado; representa la continuidad de la represión y la alianza entre el régimen saudí y el conservadurismo religioso.
- Los derechos de las mujeres siguen controlados
Arabia Saudita presume avances en igualdad de género, pero con este nombramiento, los derechos de las mujeres vuelven a quedar bajo el control de la ortodoxia religiosa. El sistema de tutela masculina no muestra señales de desaparecer, y las instituciones clericales que justifican la desigualdad son ahora más poderosas que nunca. - La libertad de expresión no existe
Arabia Saudita continúa encarcelando periodistas, activistas y usuarios de redes sociales que critican al gobierno. La influencia del nuevo Gran Muftí garantiza que la religión siga siendo una herramienta de censura. - Los trabajadores migrantes siguen siendo explotados
Mientras las obras para 2034 ya comenzaron, millones de trabajadores migrantes sufrirán las mismas condiciones abusivas que en el Mundial de Catar 2022. El sistema saudí apenas ofrece protección legal, y el clero oficial no ha desafiado estas injusticias. - La hipocresía de la FIFA
La FIFA defiende valores como el respeto, la igualdad y la inclusión. Sin embargo, ha concedido su torneo principal a un país donde la discriminación está institucionalizada, la oposición es reprimida y los derechos fundamentales se niegan. Esta contradicción mina los principios que el fútbol debería representar.
La ilusión de la reforma
El programa “Visión 2030” de MBS se promociona como un plan de modernización, pero es más una operación de relaciones públicas que una reforma real. Detrás de los megaproyectos y eventos culturales, los presos políticos languidecen y las ejecuciones aumentan.
La verdadera reforma significaría libertad política, independencia judicial, igualdad de género y protección de las minorías. Arabia Saudita no tiene nada de eso. El nombramiento de un Gran Muftí ultraconservador, elegido por el príncipe heredero, deja claro que el régimen apuesta por el control, no por la liberalización.
Por qué el mundo debe boicotear la Copa Mundial de la FIFA 2034
Permitir que Arabia Saudita organice la Copa Mundial de 2034 otorga legitimidad a un régimen autoritario que niega los derechos humanos fundamentales. El mundo del fútbol —aficionados, jugadores, patrocinadores e instituciones— debe actuar.
Boicotear la Copa Mundial de la FIFA 2034 no es política; es un principio.
Es apoyar a los activistas silenciados, a los trabajadores explotados, a las mujeres oprimidas y a las víctimas de la pena de muerte. Es negarse a permitir que el fútbol —un deporte destinado a unir al mundo— se utilice para blanquear la opresión.