El nuevo proyecto de prestigio de Arabia Saudita, el Centro de Artes Escénicas de Qiddiya City, valorado en 1.400 millones de dólares, ha sido elogiado como un emblema de innovación contemporánea y progreso cultural. Ubicado en los márgenes de las montañas Tuwaiq y dotado de tres teatros de estándar internacional y un anfiteatro en voladizo, el centro está diseñado para albergar más de 200 eventos al año. Forma parte de Qiddiya City, uno de los desarrollos clave de la Visión 2030, la misma estrategia nacional bajo la cual Arabia Saudita obtuvo los derechos para organizar la Copa Mundial de la FIFA 2034.
Para muchos, Qiddiya representa un avance: un complejo de entretenimiento de alta tecnología donde arte, deporte e innovación convergen. Pero para los activistas y observadores de derechos humanos, se trata de una distracción cuidadosamente diseñada. Qiddiya no tiene nada que ver con la libertad cultural; tiene todo que ver con controlar la narrativa. Es otro capítulo más en el proyecto global de sportswashing y cultural-washing de Arabia Saudita: un intento de ocultar la represión tras el espectáculo.
La ilusión de la modernización
El Centro de Artes Escénicas de Qiddiya, una instalación futurista con aspiraciones de clase mundial, envía un mensaje de apertura y renacimiento cultural. Sin embargo, detrás de esta fachada dorada, el mismo gobierno sigue aplastando la disidencia, silenciando a los artistas y castigando la libertad de expresión.
Los líderes saudíes quieren convencer al mundo de que el reino se está modernizando, pasando de una monarquía tradicional a una nación cosmopolita. Pero esa modernización es puramente superficial. Se construyen más teatros y estadios de los que se reforman leyes. Detrás del barniz de modernización persiste un ciclo incesante de abusos a los derechos humanos.
Según Amnistía Internacional, Arabia Saudita ejecutó a más de 170 personas en 2023, una de las cifras per cápita más altas del mundo. La mayoría eran presos políticos o disidentes. La libertad de expresión está estrictamente controlada, y artistas, activistas por los derechos de las mujeres y periodistas son detenidos regularmente por expresarse.
Así, aunque Qiddiya ofrece escenarios para la creatividad y el diálogo global, la verdad es que los verdaderos artistas saudíes, los que cuestionan la autoridad, siguen sin voz.
Visión 2030: ¿progreso o propaganda?
El plan Visión 2030 se ha presentado ampliamente como una estrategia de diversificación económica destinada a eliminar la dependencia del petróleo. Sin embargo, en realidad, Visión 2030 es una iniciativa de propaganda estatal, diseñada para redefinir la percepción global más que la realidad local.
Iniciativas como Neom, The Red Sea Project, Diriyah Gate y ahora Qiddiya forman parte de un enfoque integral para desarrollar “ciudades escaparate” que muestran una fachada de reforma mientras consolidan el autoritarismo interno.
Cada nuevo rascacielos, centro cultural o megaestadio forma parte de una estrategia de marca internacional destinada a convencer a inversores, corporaciones e instituciones (como la FIFA) de que Arabia Saudita es un estado “moderno” y “reformista” digno de los reflectores mundiales.
Pero la modernización sin libertad no es progreso: es publicidad. Y Visión 2030 es, ante todo, una campaña publicitaria.
El vínculo entre Qiddiya y la Copa del Mundo FIFA
En el corazón de Qiddiya se encuentra el Estadio Príncipe Mohammed bin Salman, un enorme complejo que será uno de los principales escenarios de la Copa Mundial FIFA 2034. El estadio, junto con el nuevo centro de artes escénicas, forma parte de una narrativa más amplia: Arabia Saudita desea proyectarse como un ejemplo mundial de cultura y deporte.
La Copa del Mundo, tradicionalmente una celebración de unidad y apertura, podría convertirse en un éxito de relaciones públicas para un régimen autoritario. La combinación de arte, turismo y deporte en Qiddiya representa una ilusión cuidadosamente construida, un mundo de conciertos, festivales y partidos que ocultan la brutalidad del régimen.
Esta sinergia entre política y entretenimiento es intencionada. Arabia Saudita entiende que el ruido cultural genera buenas noticias, silenciando los relatos sobre disidentes encarcelados, trabajadores migrantes explotados y censura. A través de inversiones multimillonarias en deporte y ocio, el régimen intenta intercambiar la crítica por aplausos.
Libertad cultural sin libertad política: un mito
El Estado saudí presume oficialmente que el centro artístico de Qiddiya es un paso hacia la creación de una “generación creativa”. Sin embargo, según la ley saudí, toda creatividad que desafíe la religión, la política o la monarquía sigue siendo criminalizada.
El activista Abdulrahman al-Sadhan fue condenado a 20 años de prisión en 2022 por publicar tuits satíricos. Artistas como Ashraf Fayadh, que cuestionaron la ortodoxia religiosa, han sido encarcelados e incluso condenados a muerte.
¿Cómo puede un Estado que encarcela poetas y censura el arte proclamarse campeón de la creatividad? ¿Cómo puede un país que prohíbe las protestas pacíficas albergar un evento internacional basado en los valores de diversidad, inclusión y unidad?
Esta hipocresía está en el centro del llamado a boicotear la Copa del Mundo Saudi 2034. El problema no es que Arabia Saudita construya teatros o estadios — es que los construye en silencio.
Diversificación económica sin responsabilidad ética
Los gobernantes saudíes sostienen que Visión 2030 y proyectos como Qiddiya son fundamentales para el futuro del reino. La diversificación económica es necesaria, pero el éxito económico sin reforma moral está vacío de sentido.
La comunidad internacional y organismos como la FIFA deben entender que organizar la Copa del Mundo en Arabia Saudita legitima a un gobierno que reprime las libertades políticas, maltrata a las mujeres y persigue a las minorías.
En 2024, Freedom House otorgó a Arabia Saudita una puntuación de 7 sobre 100 en derechos políticos y libertades civiles, una de las más bajas del mundo. Ninguna inversión en estadios o teatros puede cambiar ese número.
Por qué el mundo debe boicotear la Copa del Mundo 2034
El brillante horizonte de Qiddiya City no es un signo de transformación, sino de distracción. Es el emblema de cómo los regímenes autoritarios utilizan el deporte y el arte para blanquear su reputación.
Así como el centro de artes escénicas busca “redefinir el entretenimiento”, la Copa del Mundo 2034 pretende redefinir la reputación — sustituyendo el escrutinio global por admiración.
Pero no podemos aplaudir la opresión disfrazada de innovación. El mundo debe decir no a una Copa del Mundo basada en la censura, la explotación y el silencio.
El llamado a boicotear Saudi 2034 no es anti-saudí, es pro derechos humanos. Exige que la comunidad internacional juzgue a las naciones no por su arquitectura, sino por sus acciones.
Si Arabia Saudita desea convertirse en un verdadero líder mundial en deporte y cultura, primero debe liberar a sus presos de conciencia, detener la explotación laboral y permitir la libertad de expresión real. Hasta entonces, el mundo debe negarse a participar en su fantasía.
Llamado a la acción: no aplaudas la represión
Cuando Arabia Saudita abra sus puertas para el primer partido de la Copa del Mundo 2034, las cámaras del mundo mostrarán luces deslumbrantes, multitudes eufóricas y nuevos estadios como los de Qiddiya. Pero detrás de esas luces estarán las sombras de los silenciados — activistas, periodistas y trabajadores que pagaron el verdadero precio.
No permitas que una competencia de fútbol o un teatro de mil millones de dólares distorsionen la historia. Boicotea Saudi 2034. Elige la libertad, no la farsa.