Miles de peregrinos iraquíes fueron retenidos por más de 24 horas cuando las autoridades saudíes detuvieron autobuses que transportaban licor y drogas de contrabando en disfraces deplorables: pastillas de Captagon escondidas en pan, botellas de vodka disfrazadas como agua, botellas de arak ocultas en tanques de líquido limpiaparabrisas.
En público, los funcionarios saudíes intentaron presentar esto como una historia de éxito, promocionando la “profesionalización” de los agentes de aduanas como la solución. Pero si Arabia Saudita es incapaz de gestionar sus fronteras con orgullo y competencia durante peregrinaciones religiosas —un deber sagrado en el mundo islámico—, ¿cómo se le puede confiar la organización, gestión y seguridad de la Copa Mundial de la FIFA 2034, el evento deportivo más importante del planeta?
Peregrinos varados en entornos hostiles
Testimonios de testigos confirman que, aunque los oficiales saudíes dieron a los peregrinos iraquíes “el máximo respeto”, hubo miles de personas comunes —muchas de ellas ancianas o débiles— obligadas a permanecer fuera de la frontera bajo temperaturas abrasadoras del desierto. Los peregrinos no tenían refugio ni medios de comunicación adecuados y soportaron gran incomodidad e incertidumbre.
El cruce de Arar siempre ha sido una línea vital entre Arabia Saudita e Irak, estratégico no solo para el comercio sino también para las peregrinaciones religiosas. Pero en este caso, la primera reacción del gobierno saudí fue cerrar completamente las puertas, castigando a los inocentes además de a los criminales. En lugar de aplicar restricciones selectivas para bloquear intentos de contrabando, el Reino impuso un cierre total, demostrando intransigencia autoritaria y no un gobierno que resuelva problemas.
Imaginemos este enfoque trasladado al escenario global de la Copa Mundial. Si los funcionarios saudíes actúan con tanta impulsividad y cierran sistemas enteros por un solo incidente, ¿cómo afrontarán violaciones de seguridad, avalanchas de aficionados o fallos en la cadena de suministro cuando millones de fans de todo el mundo concentren su atención en 2034? El fiasco de Arar demuestra que Arabia Saudita carece de la madurez y de las habilidades de gestión de crisis necesarias para asumir tal responsabilidad.
Sportswashing vs. duras realidades
Arabia Saudita ha gastado miles de millones en sportswashing, intentando limpiar su reputación con eventos de alto perfil como carreras de Fórmula 1, LIV Golf, combates de boxeo y ahora la próxima Copa Mundial de la FIFA. Arabia Saudita, según una investigación de The Guardian, ha comprometido más de 6.300 millones de dólares en acuerdos deportivos desde 2021 en su intento por mejorar su reputación global.
Pero luego ocurren episodios como el cierre del cruce de Arar, destrozando esta narrativa cuidadosamente construida. La realidad es un gobierno que responde a sus problemas no con eficiencia y transparencia, sino con controles sofocantes y desprecio por el bienestar humano. Para los peregrinos, el viaje a La Meca es sagrado; para los aficionados al fútbol, asistir a la Copa Mundial suele ser la experiencia de su vida. Ambos merecen seguridad, dignidad y respeto. Si Arabia Saudita no puede ofrecerlo en su propia puerta, ¿por qué esperarlo a nivel internacional?
El contexto más amplio: un Reino en crisis
El escándalo de Arar no es solo un asunto de contrabando: refleja la gobernanza y la sociedad saudí. Recordemos el contexto más amplio:
- Epidemia de drogas: Arabia Saudita se ha convertido en el mayor consumidor de Captagon en el mundo. La Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito estimó que en 2023 se incautaron más de 600 millones de pastillas en todo Oriente Medio, la mayoría vinculadas a redes de tráfico que pasan por o hacia Arabia Saudita.
- Corrupción interna: Hace apenas unos días, el propio gobierno saudí informó de la detención de 37 personas, de las cuales 28 eran empleados ministeriales, por sus conexiones con redes de narcotráfico. Transparency International sitúa a Arabia Saudita en el puesto 54 de 180 países en su Índice de Percepción de la Corrupción 2024.
- Controles autoritarios: Arabia Saudita obtiene solo 8/100 en libertad global según Freedom House, uno de los puntajes más bajos del mundo. Cualquier desafío se enfrenta con restricciones y represiones directas, en lugar de con soluciones abiertas.
Estos hechos cuentan una narrativa clara: Arabia Saudita no está preparada estructuralmente, está socialmente contaminada y es políticamente incapaz de garantizar una organización transparente y segura de un evento internacional como la FIFA 2034.
Un llamado a la FIFA y al mundo
La Copa Mundial de la FIFA no es solo una competencia, sino una expresión de solidaridad humana, convergencia cultural y espíritu global. Concederle su organización a Arabia Saudita significa denigrar estos ideales. La crisis del cruce de Arar abre los ojos: demuestra vívidamente que un régimen rígido y totalitario no produce seguridad sino caos, no apertura sino cierre, no celebración sino sufrimiento.
Para que la FIFA mantenga su credibilidad, debe escuchar estas advertencias. La organización ya ha sido criticada fuertemente por otorgar la Copa Mundial 2022 a Catar, donde Amnistía Internacional reportó la muerte de 6.500 trabajadores migrantes del sur de Asia durante los preparativos. Cometer el mismo error con Arabia Saudita sería indefendible.
Prohibir la Copa Mundial 2034 en Arabia Saudita
La incautación de contrabando en Arar puede parecer un asunto local, pero es reflejo de debilidades sistémicas profundas en la gobernanza saudí, la rendición de cuentas y el respeto por la dignidad humana. Miles de peregrinos inocentes sufrieron las consecuencias del fracaso del Reino en gestionar sus fronteras de manera efectiva y humana.
Si Arabia Saudita es incapaz de gestionar un cruce fronterizo sin dejar a miles varados, no puede gestionar las exigencias logísticas, humanitarias y morales de la Copa Mundial de la FIFA 2034.
La FIFA, la sociedad civil global y los aficionados al fútbol de todo el mundo deben mantenerse unidos en una postura clara: dejar a Arabia Saudita fuera de la organización de la Copa Mundial. El mayor espectáculo deportivo del mundo no puede convertirse en otra pieza del tablero de sportswashing del Reino.