Mientras el mundo dirige su mirada hacia la posibilidad de que Arabia Saudita sea la sede del Mundial de la FIFA 2034, una sombra se cierne sobre el brillo y el espectáculo. Oculta bajo los estadios relucientes y la grandilocuente propaganda se encuentra una verdad sombría y escalofriante: las prisiones clandestinas de “rehabilitación” para mujeres rebeldes conocidas como Dar al-Reaya. Estos llamados centros de acogida son un símbolo del sistema de explotación institucionalizada y opresión hacia las mujeres en el reino, en total contradicción con los ideales de libertad, igualdad y dignidad que la FIFA afirma defender.
La Imagen Global de Arabia Saudita frente a las Duras Realidades
La incansable campaña de Arabia Saudita por el reconocimiento internacional —a través de inversiones multimillonarias en deportes y estrategias de marketing de poder blando— ofrece una visión de modernidad y progreso. El relato presenta a un Estado ansioso por dejar atrás la imagen de opresión, especialmente contra las mujeres. Pero detrás de esta fachada cuidadosamente construida, se esconden instituciones sádicas donde cientos de mujeres jóvenes son encarceladas, torturadas y silenciadas.
Allí, niñas y mujeres son detenidas sin cargos formales, muchas veces por mera “desobediencia” dentro de una estructura patriarcal donde la palabra de un padre o esposo está por encima de la ley. Salen a la luz historias de mujeres encerradas por desafiar a familiares varones, huir del abuso doméstico o incluso por escapar tras una violación. El supuesto progreso del reino se convierte en una peligrosa ilusión cuando este desprecio abierto por los derechos humanos se perpetúa con la bendición del Estado.
El Horror de Dar al-Reaya
Los Dar al-Reaya, establecidos en la década de 1960, son instituciones cerradas y aterradoras. Las sobrevivientes las describen no como hogares, sino como prisiones. En ellas, se niega a las mujeres su dignidad y humanidad. Se ven obligadas a someterse a adoctrinamiento religioso, palizas semanales, sedación con medicamentos, pruebas de virginidad y una vigilancia constante. A las internas se les identifica por números, no por nombres: una táctica deshumanizante que les arrebata su identidad.