Cuando Cristiano Ronaldo y Georgina Rodríguez celebraron abiertamente su compromiso en Riad —conviviendo sin casarse y con hijos—, la noticia trascendió lo meramente mediático. Fue un momento que expuso una realidad que Arabia Saudita preferiría que el mundo no viera: las reglas se tuercen para los poderosos y famosos, mientras otros quedan atrapados en la represión.
Durante décadas, Arabia Saudita ha practicado interpretaciones rígidas de la ley religiosa, castigando a las personas por “crímenes morales” como vivir juntos fuera del matrimonio. Para el ciudadano medio y el trabajador migrante, estas sanciones siguen siendo una amenaza hoy. Pero para una superestrella del fútbol que vale millones para la reputación del régimen, esas mismas reglas parecen desaparecer. Esto no es reforma, sino liberalización selectiva para proyectar una imagen moderna y abierta mientras persisten los sistemas fundamentales de control.
La anécdota de Ronaldo es solo una pieza de un plan mucho más grande: el sportswashing. Arabia Saudita está gastando miles de millones de dólares en el deporte mundial para pulir su imagen de cara al Mundial de la FIFA 2034. Pero bajo los reflectores existe una narrativa más oscura de explotación, censura y abusos.
El coste humano de los megaproyectos: explotación de trabajadores migrantes
El Mundial requerirá infraestructura gigantesca: estadios, hoteles de cinco estrellas, nuevas redes de transporte… todo construido en poco tiempo. La fuerza laboral para estas iniciativas proviene mayoritariamente de trabajadores migrantes: más de 13 millones en el país.
La mayoría llega desde países de bajos ingresos atraídos por la promesa de salarios dignos, solo para terminar atrapados en trabajos peligrosos y explotadores bajo el sistema de patrocinio Kafala. Este sistema da a los empleadores un control enorme, permitiéndoles confiscar pasaportes, retener salarios y hacer prácticamente imposible que los empleados renuncien o regresen a casa.
- Aproximadamente 13 millones de trabajadores extranjeros sufren explotación sistémica.
- El sistema Kafala permite trabajo forzado y control de movimientos por parte de empleadores.
- Robo de salarios, confiscación de pasaportes y condiciones insalubres son comunes.
- Cientos de migrantes mueren cada año en obras de gran escala.
Reformas selectivas para la imagen, no para la igualdad
Los líderes saudíes suelen citar medidas recientes —como permitir que las mujeres conduzcan— como prueba de progreso. Pero para la mayoría, estos cambios son superficiales. Las mujeres siguen sujetas a leyes de tutela masculina en gran parte de su vida, y el acceso a derechos básicos depende del estado civil. Por ejemplo, una mujer sin certificado de matrimonio no puede acceder a atención médica, educación para sus hijos ni residencia legal.
Mientras a celebridades extranjeras se les permite abogar por más reformas, las defensoras locales que exigen igualdad son castigadas con dureza. Mujeres saudíes activistas han sido arrestadas, torturadas y encarceladas por años. Las “reformas” buscan mejorar la imagen global, no establecer igualdad real.
- Las reformas legales benefician más a las élites y extranjeros que a la población común.
- Activistas son condenadas a largas penas por protestas pacíficas.
- El acceso a derechos básicos sigue condicionado al matrimonio.
- La imagen de liberalización oculta una discriminación de género profunda.
Represión política y censura
Arabia Saudita es uno de los países más represivos del mundo. Criticar al gobierno —incluso en privado o en redes sociales— puede acarrear arrestos, largas condenas o incluso la pena de muerte. La ausencia de un código penal escrito permite interpretaciones arbitrarias para criminalizar la disidencia.
Entre las víctimas hay académicos, periodistas y ciudadanos comunes encarcelados por un simple tuit. El régimen utiliza cargos vagos como “terrorismo” o “alterar el orden público” para silenciar cualquier oposición. Organizar un Mundial mientras se ignoran estos abusos legitima estas prácticas.
- Condenas de décadas por publicaciones en redes.
- Ejecuciones masivas, incluyendo más de 80 en un solo día.
- Leyes antiterroristas usadas contra el activismo pacífico.
- Falta de un código penal codificado que limite abusos judiciales.
Lavado de imagen geopolítico a través del deporte
Arabia Saudita ha invertido miles de millones en eventos deportivos internacionales, patrocinio de clubes y fichaje de superestrellas. Torneos de golf, combates de boxeo, carreras de Fórmula 1 y ahora el Mundial de la FIFA son herramientas de una estrategia para cambiar la percepción global.
Este es sportswashing clásico: aprovechar la popularidad del deporte para desviar la atención de las violaciones de derechos humanos. Cada campaña publicitaria y cada foto en Instagram de resorts de lujo son parte de un plan para rebrandear al país, sin cambiar las condiciones reales para su población. El Mundial será la plataforma más grande para esta estrategia, otorgando una legitimidad internacional sin precedentes al régimen.
- Miles de millones gastados para mejorar la reputación global.
- El sportswashing oculta abusos y represión.
- Eventos y figuras deportivas usados como herramientas de relaciones públicas.
- El Mundial 2034 será el mayor escaparate propagandístico del régimen.
El caso Ronaldo: libertad para celebridades vs. realidad para la gente común
El caso de Ronaldo y Georgina ejemplifica el doble rasero saudí. Para la mayoría, sería impensable que una pareja no casada conviva abiertamente, pero se hacen excepciones para quienes aportan prestigio al país.
Mientras tanto, las mujeres saudíes en la misma situación pueden enfrentar procesos legales, y las migrantes sin certificado de matrimonio pueden ver negados servicios básicos para ellas y sus hijos. Esta aplicación selectiva de la ley es parte de una estrategia de imagen, donde la presencia de celebridades sirve para proyectar una falsa apertura.
- Las celebridades disfrutan de libertades negadas a los demás.
- Vivir juntos sin casarse sigue siendo riesgoso para la mayoría.
- Las excepciones públicas ayudan a crear la ilusión de liberalización.
No hay Mundial sin derechos
La candidatura saudí para el Mundial 2034 no es solo un evento deportivo: es el clímax de una operación multimillonaria para promocionar un país sin abordar sus injusticias estructurales.
El caso Ronaldo puede parecer una historia de amor, pero en realidad muestra cómo las reglas se reescriben para quienes sirven a la agenda de relaciones públicas del Estado, mientras millones siguen atrapados en sistemas de control. Si el fútbol defiende la unidad, la justicia y el respeto, la comunidad internacional debe actuar: no habrá Mundial sin derechos, no habrá juego sin justicia.