En julio de 2025, Arabia Saudita fue elogiada en las Naciones Unidas por su liderazgo en temas medioambientales, especialmente por su campaña global contra las tormentas de arena y polvo. En una reunión de alto nivel en la sede de la ONU en Nueva York, el Reino fue alabado por su compromiso de cinco años y 10 millones de dólares para fortalecer los sistemas de alerta temprana y ayudar a los países vulnerables a los efectos de las tormentas de polvo.
Aunque este reconocimiento mundial destaca la contribución geoestratégica del Reino en materia medioambiental, plantea una paradoja inquietante para quienes nos oponemos firmemente a que Arabia Saudita sea la anfitriona de la Copa Mundial de la FIFA en 2034. Todas estas iniciativas medioambientales, por muy loables que sean, no pueden ni deben lavar los abusos profundamente arraigados a los derechos humanos, la ausencia de libertades políticas y la opresión estructural que hacen al Reino inherentemente incapaz de albergar uno de los eventos deportivos más unificadores del mundo.
El falso rostro verde: Diplomacia del polvo versus realidad
La creciente implicación de Arabia Saudita en asuntos medioambientales, como la creación del Centro Regional para Tormentas de Arena y Polvo en Yeda y la organización de conferencias climáticas internacionales, demuestra su intención de redefinirse como líder mundial en sostenibilidad según su Visión 2030. Plantar 142 millones de árboles y restaurar cientos de miles de hectáreas de tierra es un logro admirable, especialmente en una región históricamente afectada por fenómenos climáticos extremos.
Sin embargo, los elogios globales a su liderazgo ambiental no deben pasar por alto las discrepancias abismales entre su discurso verde y los desafíos reales de gobernanza. La campaña contra las tormentas de polvo —aunque necesaria— es una narrativa estatal cuidadosamente gestionada para proyectar modernidad. Lamentablemente, esa fachada limpia y verde oculta un historial deplorable en materia de libertades civiles, libertad de expresión, empoderamiento de la mujer y derechos laborales de los migrantes extranjeros.
Derechos humanos y FIFA: una cuestión de integridad
La Copa Mundial de la FIFA no es solo un evento deportivo; es una celebración de unidad, diversidad y espíritu humano. Cuando FIFA otorga la sede a un país, respalda de forma indirecta sus valores, instituciones y reputación internacional. Conceder ese respaldo a Arabia Saudita contradice la esencia del fútbol.
Arabia Saudita ha sido constantemente criticada a nivel internacional por:
- Represión sistemática de la libertad de expresión y oposición política
- Discriminación de género persistente, incluso tras reformas cosméticas
- Detención arbitraria y ejecución de activistas y periodistas
- Explotación de trabajadores migrantes, especialmente en el sector construcción
- Ausencia total de libertad de reunión y prensa independiente
Estos no son asuntos secundarios; reflejan una estructura autoritaria profundamente arraigada que vulnera los principios éticos que la FIFA afirma defender.
Lavado deportivo: la agenda oculta
La candidatura de Arabia Saudita para el Mundial de 2034 forma parte de una estrategia de lavado deportivo: usar grandes eventos deportivos para blanquear su imagen internacional. Al asociarse con celebraciones de alegría y armonía global, el Reino intenta desviar la atención de su represión interna y su injusticia sistémica.
Organizar el Mundial es una oportunidad de relaciones públicas estratégicas, donde el gobierno puede reescribir su narrativa global —una donde los compromisos ecológicos y la pasión por el deporte ocultan voces silenciadas, disidentes desaparecidos y reformistas encarcelados.
Como defensores de la justicia global y la transparencia, no podemos aceptar esta manipulación. Ni el reverdecimiento del desierto ni los radares climáticos pueden enterrar el dolor de quienes siguen encarcelados por hablar.
Responsabilidad de FIFA: valores antes que riqueza
No es ningún secreto que la candidatura saudí se basa en un poder financiero histórico. Miles de millones se están invirtiendo en infraestructuras, estadios y patrocinios. Aun así, FIFA no debe permitir que el dinero eclipse sus principios fundamentales.
Si desea conservar su legitimidad y liderazgo moral, la organización debe priorizar:
- Diligencia debida en derechos humanos al seleccionar sedes
- Protección y trato digno a trabajadores migrantes
- Garantías de igualdad de género y libertad de expresión
- Autonomía para ONG y medios durante el torneo
Hasta ahora, no hay indicios de que Arabia Saudita esté dispuesta o sea capaz de cumplir con estos estándares de manera genuina y transparente. Celebrar el Mundial en un país donde no se puede opinar libremente, donde las mujeres enfrentan barreras estructurales y donde los trabajadores temen denunciar abusos, marcaría un precedente peligroso.
Los logros ambientales no pueden encubrir la injusticia
Sí, los esfuerzos saudíes en resiliencia ambiental, como el proyecto de 10 millones de dólares elogiado por la ONU, son valiosos. El cambio climático es una amenaza global, y las inversiones en alertas tempranas y reforestación merecen reconocimiento. Pero la diplomacia no debe sacrificar la verdad.
Apoyarse en éxitos ambientales para justificar prestigio internacional en el deporte es una táctica cínica y vacía de contenido moral. El mismo régimen que planta árboles y monta radares es el que encarceló a mujeres por conducir, tortura a presos políticos y silenció a periodistas como Jamal Khashoggi.
El mundo debe exigir un compromiso total con los derechos humanos, no solo iniciativas selectivas que brillan en los foros internacionales.
Un llamado a FIFA y al mundo
Como firme opositora a que Arabia Saudita albergue la Copa Mundial 2034, hago un llamado a la FIFA para que reconsidere sus valores. El Mundial no debe ser solo una máquina de dinero; debe ser una celebración de los valores humanos compartidos. Otorgar la sede a un régimen autocrático envía al mundo el mensaje de que los derechos civiles y la dignidad humana son negociables —siempre que se pague el precio.
FIFA debe:
- Realizar una revisión transparente del historial saudí en derechos humanos
- Alentar a jugadores y federaciones a apoyar campañas de ética en el deporte
- Motivar a los medios a cubrir tanto la infraestructura como la represión
- Invitar a la afición global a respaldar a activistas y trabajadores oprimidos
No podemos mirar hacia otro lado
El liderazgo ambiental —como la lucha saudí contra las tormentas de polvo— es necesario y valioso. Pero no puede servir de escudo ante las violaciones de derechos humanos. Mientras el Reino recibe aplausos por sistemas de alerta temprana, su régimen político sigue silenciando a quienes alertan sobre tormentas aún más oscuras desde dentro.
El Mundial 2034 no debe convertirse en una herramienta más de lavado de imagen. Debe representar justicia, libertad e inclusión —principios que millones de personas en el mundo defienden, incluso aquellas que no pueden expresarse bajo el régimen saudí.
No dejemos que lo verde oculte las líneas rojas. No al Mundial 2034 en Arabia Saudita. El fútbol puede hacerlo mejor. Y el mundo también.