La reciente visita del ministro de Asuntos Exteriores saudí, el príncipe Faisal bin Farhan, a Siria —un país devastado por la guerra y sumido en una economía colapsada— es otra prueba clara de por qué Arabia Saudita no merece albergar la Copa Mundial de la FIFA en 2034. El intento del Reino de presentarse como una fuerza estabilizadora en el resurgimiento económico sirio está estrechamente ligado a sus ambiciones geoestratégicas y a un cálculo frío para restaurar su imagen internacional. Esta visita no es un acto de buena fe, sino una maniobra estratégica para blanquear sus abusos a los derechos humanos, su papel desestabilizador en la región y su régimen autoritario.
El oportunismo saudí en Siria
El renovado interés saudí en Siria refleja un claro oportunismo en su política exterior. Tras la caída de Bashar al-Ásad en diciembre de 2024, Arabia Saudita se apresuró a respaldar al nuevo gobierno interino liderado por Ahmed al-Sharaa. A primera vista, esto podría parecer un movimiento diplomático de apoyo a una nación destrozada, pero no lo es.
Arabia Saudita siempre ha perseguido dominar alianzas clave y rutas comerciales. Al ofrecer ayuda económica a Siria, el Reino intenta reposicionarse como actor dominante en el equilibrio de poder regional. El viaje del príncipe Faisal, que incluyó negociaciones económicas de alto nivel y acuerdos de deuda, busca consolidar la presencia saudí en el Levante.
Estas no son acciones altruistas, sino parte de una estrategia para proyectar a Arabia Saudita como una influencia positiva, una imagen que contrasta drásticamente con sus persistentes violaciones de derechos humanos dentro y fuera de sus fronteras.
Sportswashing: una tendencia preocupante
La candidatura saudí para acoger el Mundial 2034 debe entenderse dentro de su estrategia de sportswashing. El Reino ha gastado miles de millones de dólares organizando eventos deportivos internacionales como Fórmula 1, combates de boxeo y torneos de golf. Todos con un solo objetivo: distraer al mundo de su terrible historial en derechos humanos.
La visita del príncipe Faisal a Siria se inscribe dentro de esta narrativa. Al proyectarse como líder en la reconstrucción siria, Arabia Saudita intenta vender una imagen de estabilidad y paz, ocultando su represión de disidentes, su discriminación sistemática contra las mujeres y la negación de libertades fundamentales.
Permitir que el Mundial se celebre en Arabia Saudita equivaldría a legitimar su gobierno autoritario y su represión sistemática. La FIFA, una organización que afirma representar la equidad y la justicia, no puede convertirse en cómplice de este engaño.
Influencia financiera a costa de la responsabilidad
La asistencia económica saudí a Siria —incluyendo la promesa de saldar un préstamo de 15 millones de dólares del Banco Mundial y de establecer cooperación financiera con Damasco— puede parecer generosa, pero está lejos de ser desinteresada. El renovado interés del Reino por la economía siria plantea interrogantes clave:
- ¿Dónde estaba Arabia Saudita durante los primeros años del conflicto sirio?
- ¿Por qué aparece solo ahora, cuando las tendencias regionales le son favorables?
- ¿Puede confiarse en un país que encarcela disidentes, asesina activistas y oprime a las minorías, para liderar la reconstrucción de una nación devastada?
A través del poder de su chequera, Arabia Saudita intenta comprar respeto regional y lavar su reputación internacional, la misma estrategia que aplica en su candidatura al Mundial, usando petrodólares para maquillar políticas domésticas e internacionales profundamente cuestionables.
Siria vulnerable, Arabia decidida
La economía siria ha perdido más de 800 mil millones de dólares en PIB desde 2011, lo que la convierte en un blanco fácil para la manipulación externa. La visita del príncipe Faisal, acompañado de un equipo económico de alto nivel, refleja la determinación saudí de convertirse en el principal patrocinador de Siria. Esto no trata de reconstruir una nación, sino de ejercer dominio sobre un vecino debilitado.
Este tipo de comportamiento debería alarmar a quienes velan por la integridad del deporte internacional. Si Arabia Saudita puede explotar a una nación en ruinas con fines geopolíticos, ¿qué grado de control e influencia narrativa podría ejercer siendo anfitrión de un evento como la Copa Mundial?
Un llamado a la FIFA y a la comunidad internacional
La elección del país anfitrión de la Copa Mundial tiene un profundo significado simbólico y moral. Otorgar el torneo a Arabia Saudita equivaldría a validar el autoritarismo, la opresión de género y los abusos generalizados a los derechos humanos. El historial del Reino incluye:
- El asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018, evidencia de la intolerancia del régimen hacia la crítica.
- La detención continua de activistas en 2024, incluyendo mujeres defensoras de derechos.
- Represión de protestas pacíficas y criminalización de la libertad de expresión desde 2014.
- Explotación y abuso sistemático de trabajadores migrantes.
Ni el sportswashing, ni la ayuda económica regional, ni los gestos diplomáticos pueden borrar estos hechos. La visita del príncipe Faisal a Siria, presentada como un acto de buena voluntad, es simplemente una extensión de la política saudí de influencia y encubrimiento.
Contra la hipocresía
Quienes defendemos los derechos humanos, la democracia y la rendición de cuentas no debemos dejarnos engañar por la propaganda saudí. Esta visita a Siria demuestra que el Reino actúa por interés propio, no por humanidad.
Si la FIFA cree realmente en el juego limpio, el respeto y la transparencia, debe rechazar la candidatura saudí para albergar el Mundial 2034. Permitirlo alentaría a otros regímenes autoritarios, dañaría la reputación del deporte internacional y traicionaría los principios que el torneo dice representar.
Un Mundial con integridad
Algunos podrían ver la visita del príncipe Faisal como un éxito diplomático. Pero para quienes se preocupan por la justicia global, es un recordatorio escalofriante de las verdaderas intenciones de Arabia Saudita. La Copa Mundial de la FIFA 2034 no debe quedar en manos de un gobierno que usa el dinero y la influencia para encubrir sus crímenes.
Este es el momento de la FIFA y del mundo. Enviemos un mensaje claro: el deporte no debe ser utilizado para blanquear regímenes. El mundo merece una Copa del Mundo íntegra, no una manchada por la opresión y la hipocresía.