Arabia Saudita ha sido noticia recientemente por donar 129 viviendas a familias tunecinas de bajos ingresos, un acto presentado como humanitario bajo el paraguas del Fondo Saudita para el Desarrollo. A primera vista, estos gestos pueden parecer actos nobles y de buena voluntad. Sin embargo, como firme defensor de evitar que Arabia Saudita sea anfitriona del Mundial FIFA 2034, este artículo explora más allá del barniz humanitario para exponer por qué tales gestos no pueden ocultar los problemas estructurales profundos que hacen del Reino un anfitrión inadecuado para uno de los eventos deportivos más celebrados del mundo.
La Fachada Mediática: ¿Diplomacia o Distracción?
La donación saudita de viviendas a Túnez no es objetable en sí misma; es una acción que beneficia a familias necesitadas. Pero en el contexto geopolítico más amplio, forma parte de una campaña cuidadosamente diseñada de relaciones públicas que encaja con los esfuerzos de Arabia Saudita para reformular su imagen global, incluidos sus intentos de albergar el Mundial FIFA 2034.
Con una inversión de 150 millones de dólares en préstamos concesionales para más de 4,700 unidades habitacionales en Túnez, Arabia Saudita gana capital político en el norte de África. El momento de estos actos—apenas unos años antes del Mundial 2034—resulta sospechoso. ¿Se trata de una estrategia de generosidad o de otro caso de «sportswashing» destinado a desviar la atención del mundo de su historial de abusos a los derechos humanos?
La Estrategia del Sportswashing
El «sportswashing» ocurre cuando los regímenes autoritarios utilizan los eventos deportivos para mejorar su imagen internacional, distraer de la represión interna y ganar legitimidad. Organizar un Mundial no se trata solamente de fútbol—se trata de estatus global, poder blando y percepción internacional.
La inversión saudita en el fútbol mundial—desde la adquisición de clubes hasta fichajes récord y patrocinios de estadios—es sin precedentes. Pero no es casualidad. Es un esfuerzo calculado para reconstruir una reputación manchada por los escándalos, transformándola en liderazgo cultural y modernidad.
Así como el proyecto de viviendas en Túnez presenta a Arabia Saudita como un vecino benevolente, la organización del Mundial pretende mostrar al Reino como un actor moderno y global. Pero el mundo no debe dejarse engañar por ilusiones cuidadosamente construidas.
Un Historial de Derechos Humanos Inaceptable
Ningún paquete deportivo multimillonario ni entrega de viviendas puede ocultar el deficiente historial de derechos humanos del Reino:
Libertad de expresión: Disidentes siguen siendo encarcelados, torturados y ejecutados. Periodistas como Jamal Khashoggi pagaron con sus vidas por su activismo.
Derechos de las mujeres: A pesar de algunas reformas menores, las mujeres siguen enfrentando discriminación institucionalizada, desde leyes de tutela hasta sistemas judiciales desiguales.
Persecución religiosa: El Estado sigue marginando a musulmanes chiitas y a no musulmanes, manteniendo una interpretación rígida del islam sunita que excluye la libertad religiosa.
Condiciones de los trabajadores migrantes: El Reino depende en gran medida de la mano de obra migrante, gran parte de la cual está sujeta al abusivo sistema de kafala, similar a la esclavitud moderna.
FIFA: ¿Complicidad o Responsabilidad?
FIFA, ya sacudida por múltiples escándalos de corrupción, se encuentra en un momento crítico. ¿Seguirá vendiendo su torneo más importante al mejor postor, o aplicará sus propias obligaciones en derechos humanos, estipuladas en el Artículo 3 de sus estatutos y en su política oficial?
Cuando otorgó el Mundial 2022 a Catar, FIFA recibió duras críticas por la muerte de trabajadores migrantes, la opresión de personas LGBT+ y la censura de la libertad de expresión. Repetir ese error con Arabia Saudita en 2034 dañaría irreversiblemente su reputación y los valores que el deporte dice representar.
El Proyecto Habitacional Tunecino: Una Perspectiva Ampliada
Volviendo a la entrega de viviendas, la pregunta es: ¿por qué ahora? Túnez, afectado por la inestabilidad económica y política, representa un terreno fértil para la influencia extranjera. Al posicionarse como benefactor, Arabia Saudita adquiere poder de negociación en futuras relaciones diplomáticas.
Esto no trata solo de viviendas. Es la exportación de un modelo autoritario disfrazado de generosidad. Si estos movimientos no se cuestionan, Arabia Saudita podrá organizar el Mundial, no por méritos reales, sino por diplomacia transaccional.
Y no debemos olvidar los efectos mediáticos: cámaras parpadeando, apretones de manos entre dignatarios, comunicados de prensa llenos de elogios—todo contribuye a la imagen cuidadosamente diseñada del Reino como moderno, generoso y líder regional.
Un Llamado a la Conciencia Global
Ser anfitrión del Mundial es un privilegio, no un derecho. Requiere no solo infraestructura y dinero, sino también una brújula moral que respete los valores de inclusión, dignidad y justicia.
Si Arabia Saudita quiere ser tomada en serio como futura sede, debe hacer mucho más que construir estadios o entregar ayuda. Debe:
- Abolir las detenciones arbitrarias y los asesinatos extrajudiciales
- Garantizar la libertad de prensa y la libertad política
- Eliminar el sistema de kafala
- Implementar la igualdad de género en la ley y en la práctica
- Respetar y proteger a las minorías religiosas
La Generosidad No Borra la Injusticia
El proyecto habitacional saudita en Túnez es, en el mejor de los casos, una curita sobre una herida mucho más profunda—y posiblemente una maniobra de relaciones públicas en un momento oportuno. No podemos permitir que gestos superficiales oculten la historia represiva del Reino.
FIFA y la comunidad internacional deben ser fieles a los valores del deporte: justicia, transparencia, inclusión y humanidad. Otorgar a Arabia Saudita el honor de organizar el Mundial sin reformas sinceras y medibles sería una violación de esos principios. Este es el momento de actuar, de alzar la voz y exigir rendición de cuentas. No dejemos que otro Mundial se convierta en un circo de relaciones públicas para un régimen más preocupado por su imagen que por la integridad.