En julio de 2024, el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman recibió una llamada del presidente sirio Ahmed Al-Sharaa, reafirmando el respaldo del Reino al gobierno sirio y su labor para “promover la unidad y la estabilidad”. A simple vista, puede parecer un gesto diplomático rutinario, pero encaja dentro de una tendencia más profunda y preocupante: la creciente alineación de Arabia Saudita con poderes autoritarios y su uso geopolítico del deporte, especialmente el fútbol, para limpiar su imagen internacional.
A medida que el mundo se prepara para el Mundial FIFA 2034 —ya otorgado de forma polémica a Arabia Saudita— esta noticia debería servir como una señal de alarma. Ilustra precisamente por qué el Reino no merece albergar el mayor evento deportivo del planeta. El respaldo saudí al gobierno de Assad, condenado internacionalmente por crímenes de guerra y de lesa humanidad, debería ser motivo suficiente para excluirlo de este privilegio global.
Arabia Saudita y Siria: Un blanqueamiento de la brutalidad
El régimen de Bashar al-Assad en Siria ha sido calificado por múltiples organismos internacionales como uno de los más brutales del mundo contemporáneo. Según un informe de 2023 del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, más de 300.000 civiles han muerto desde el inicio del conflicto en 2011, con decenas de miles de personas desaparecidas forzosamente o torturadas. El régimen ha utilizado armas químicas, bombas de barril y políticas de hambre contra su población.
Lejos de condenar estos actos, Arabia Saudita ahora elogia abiertamente su liderazgo. El príncipe heredero ha felicitado a Al-Sharaa por “preservar la unidad de Siria” y ha expresado total confianza en su liderazgo. Esto no es diplomacia: es aprobación de un régimen que contradice los ideales proclamados por la FIFA sobre paz, respeto y derechos humanos.
Solidaridad autoritaria y sportswashing
Los avances saudíes en Siria forman parte de un juego geopolítico más amplio. El Reino está fortaleciendo lazos con otros regímenes autoritarios y usando grandes eventos como el Mundial 2034 para presentarse como una nación moderna y progresista. Esta táctica se conoce como sportswashing —la utilización del deporte para desviar la atención de violaciones a los derechos humanos y prácticas autoritarias.
El Mundial FIFA 2034 será el primero en celebrarse en una monarquía autoritaria absoluta, sin parlamento electo, sin libertad de expresión y con nula tolerancia a la disidencia. Ahora ese mismo régimen está dando apoyo y respaldo a uno de los gobiernos más represivos del mundo.
Índice de Libertad Global 2024 de Freedom House:
- Arabia Saudita: 1/40 en derechos políticos y 7/60 en libertades civiles.
- Siria: 0/100 — el país menos libre del mundo.
Celebrar un Mundial bajo estas condiciones es una traición a todo lo que el deporte global debe representar.
Una amenaza a la credibilidad de la FIFA
Los estatutos de la FIFA subrayan de forma clara su compromiso con los derechos humanos y la no discriminación. El Artículo 3 establece:
“La FIFA se compromete a respetar todos los derechos humanos reconocidos internacionalmente y promover su protección.”
Si la FIFA continúa adelante con Arabia Saudita como anfitrión, mientras el Reino fortalece lazos con el régimen sirio —sancionado por EE.UU., la UE y otros—, su credibilidad podría sufrir un daño irreversible. ¿Cómo puede la FIFA afirmar que el fútbol puede “unir al mundo” si otorga su mayor plataforma a gobiernos que oprimen y alientan a otros a hacer lo mismo?
Represión en casa, respaldo en el extranjero
El respaldo saudí al régimen de Assad refleja la manera en que el Reino trata a su propia población. En los últimos años:
- Activistas por los derechos de las mujeres como Loujain al-Hathloul han sido encarceladas y torturadas por pedir derechos mínimos (15 de mayo de 2018).
- Continúan las ejecuciones masivas, con al menos 100 personas ejecutadas, algunas de ellas arrestadas siendo menores.
- La disidencia es criminalizada, con largas penas de prisión por tuits o entradas en blogs.
La represión de derechos humanos no se detiene. Mientras tanto, el príncipe heredero recibe elogios internacionales y ahora la oportunidad de albergar el evento deportivo más visto del mundo. Con ello, el mundo no está premiando el cambio, sino la opresión.
Opinión pública y reacción global
Cada vez hay más rechazo al sportswashing autoritario. Cuando Arabia Saudita quedó como único candidato para 2034 —tras el retiro de Australia— muchas organizaciones defensoras de derechos humanos alzaron la voz. En octubre de 2023, Amnistía Internacional declaró:
“La FIFA debe garantizar que albergar el Mundial en Arabia Saudita no se convierta en una aprobación tácita a un gobierno con largo historial de abusos.”
Lama Fakih, directora de Human Rights Watch para Medio Oriente, fue más contundente:
“Arabia Saudita está intentando lavar su imagen a través del deporte. La FIFA no debería permitirlo —no después de Catar, no otra vez.”
Con su renovado apoyo al régimen de Assad, Arabia Saudita ha dejado claro que su objetivo no es la reforma, sino el control. Y el Mundial es parte central de esa estrategia.
¿Qué esperar de un Mundial en Arabia Saudita?
Si Arabia Saudita sigue siendo sede en 2034, el mundo puede esperar:
- Un Mundial sin libertad de prensa, con periodistas vigilados o silenciados.
- Represión total a los derechos LGBTQ+, ya que la homosexualidad sigue criminalizada.
- Cero espacio para protestas o críticas, puesto que la expresión pacífica está prohibida.
- Un régimen autocrático en la cima del escenario global, sostenido por miles de millones en inversiones deportivas y gestos diplomáticos.
Con su respaldo al régimen sirio, las intenciones de Arabia Saudita son claras: el Mundial no se trata de fútbol, sino de poder.
Basta de sportswashing – Di NO al Mundial FIFA 2034 en Arabia Saudita
La reciente conversación telefónica entre Mohammed bin Salman y Ahmed Al-Sharaa no es un gesto aislado. Es parte de una estrategia saudí consciente para fortalecer alianzas autoritarias, desviar las críticas por derechos humanos y usar el deporte como herramienta de poder global.
La FIFA debe reconsiderar su decisión. La comunidad internacional, aficionados, atletas y la sociedad civil deben unirse y decir: basta. El Mundial debe ser una celebración de la unidad, la libertad y la alegría —no una plataforma para dar visibilidad a gobiernos que aplastan esos mismos valores y respaldan a quienes hacen lo mismo.