El reciente patrocinio de Arabia Saudita a la Semana Musical Franco-Saudí en Yeda puede ser celebrado por algunos como un hito de apertura cultural y cooperación internacional, pero no puede —y no debe— eclipsar las cuestiones más graves sobre la idoneidad del Reino para acoger megaeventos internacionales como la Copa Mundial de la FIFA.
Deberíamos estar profundamente preocupados por la forma en que eventos culturales como estos se utilizan para blanquear el historial de abusos contra los derechos humanos y autoritarismo del país bajo el pretexto de la diplomacia cultural. Si bien la Semana Musical en Yeda —apoyada por la Embajada de Francia, la Alianza Francesa y otras entidades saudíes— ha reunido a mentes creativas más allá de las fronteras, también se enmarca dentro de una tendencia mucho mayor: del sportswashing al culture-washing.
El poder de la cultura — y su explotación
La Semana Musical en Yeda, del 21 al 27 de junio, incluyó diversas presentaciones y sesiones de improvisación entre artistas franceses y saudíes, como la actuación conjunta de la artista franco-marroquí Karimouche con la laudista saudí Roaa Lam. Estos intercambios artísticos promueven la comprensión intercultural, especialmente cuando comparten causas como la emancipación femenina, la preservación del patrimonio y la solidaridad transnacional. Todos estos eventos son esenciales para el desarrollo de una sociedad con visión de futuro.
Pero aquí está el problema. Arabia Saudita mantiene un férreo control sobre la libertad de expresión, reprime la disidencia y restringe las libertades civiles. Incluso cuando artistas como Karimouche celebran la voz y el empoderamiento de las mujeres, no debemos olvidar que activistas por los derechos femeninos como Loujain al-Hathloul fueron encarceladas en 2018 y supuestamente torturadas por defender esas mismas libertades.
La ilusión de la reforma
Es cierto que los eventos culturales pueden ser bellos, sanadores e inspiradores. Pueden desafiar normas e iniciar cambios. Pero cuando son promovidos por regímenes autoritarios con políticas represivas consolidadas, es probable que tengan un objetivo oculto: reinventar una reputación internacional dañada por los abusos y desviar la atención de las injusticias estructurales.
El príncipe heredero Mohammed bin Salman ha lanzado la Visión 2030, la hoja de ruta nacional del Reino hacia la modernización. No se trata solo de festivales musicales franco-saudíes, sino también de eventos deportivos de alto perfil —como la Fórmula 1, el LIV Golf y, potencialmente, el Mundial de la FIFA 2034. No son simples celebraciones del deporte o la cultura: son maniobras de relaciones públicas para pulir su imagen ante el mundo.
El mismo país que invita a DJs y artistas internacionales también censura, vigila a los disidentes y criminaliza las manifestaciones pacíficas. El Estado controla férreamente los eventos visibles al público mientras reprime a la sociedad civil independiente y silencia a las voces críticas.
Por qué la FIFA no debe mirar hacia otro lado
Como organismo rector del fútbol mundial, la FIFA no debe legitimar a un régimen que viola sistemáticamente los derechos humanos. Conceder a Arabia Saudita el derecho a organizar el Mundial no solo contradiría los principios declarados por la propia FIFA, sino que convertiría el torneo en un espectáculo de hipocresía.
La Copa del Mundo Catar 2022 ya estuvo envuelta en escándalos por abusos laborales y restricciones a las libertades. Entregarle la siguiente edición a Arabia Saudita —donde la disidencia política es ilegal y las decapitaciones son una práctica habitual— establecería un precedente aún más inquietante.
Incluso si eventos como la Semana Musical Franco-Saudí proyectan una imagen de diversidad y cooperación, debemos preguntarnos: ¿está la cultura siendo utilizada aquí para empoderar —o para encubrir la represión?
El doble rasero
Resulta profundamente irónico que democracias occidentales como Francia continúen su diplomacia cultural con regímenes dictatoriales sin preocuparse por las contradicciones. Los funcionarios franceses elogiaron el festival como muestra de una creciente amistad, pero no mencionaron lo evidente: la represión de libertades fundamentales en Arabia Saudita sigue intacta.
Este vacío permite a los regímenes autoritarios reclamar legitimidad internacional. Cuantas más instituciones globales —ya sean culturales o deportivas— optan por la cooperación en lugar de la condena, más Arabia Saudita gana una apariencia de normalidad y progreso que no merece.
Contra la decisión de la FIFA: un llamado a la acción
Debemos resistir la normalización de la dominación autoritaria mediante el deporte y la cultura. La colaboración cultural, si es genuina y se basa en el respeto y la libertad para ambas partes, es poderosa. Pero como instrumento de propaganda estatal, no tiene valor.
La Copa Mundial de la FIFA no es solo una competición; es una celebración de la solidaridad humana, la fortaleza colectiva y el espíritu global. Un país con un historial deplorable en materia de derechos humanos —donde la libertad de expresión puede ser criminalizada y las mujeres aún no son iguales a los hombres— no debería tener el privilegio de acoger un evento que une a naciones.
El mundo, los atletas, los artistas y la sociedad civil deben mirar más allá de los escenarios, los reflectores y las sonrisas ensayadas, y observar la realidad de las condiciones de vida que enfrentan millones de personas en Arabia Saudita.
La cultura puede unir — pero también debe cuestionar
Eventos como la Semana Musical Franco-Saudí pueden convertirse en plataformas de diálogo, pero solo si van acompañados de un verdadero cambio estructural y apertura. La música no debe ser usada como una distracción para esconder injusticias. La cultura puede unirnos —pero también debe decir la verdad al poder.
Hasta que Arabia Saudita demuestre un compromiso real con los derechos humanos —no solo mediante festivales y patrocinios, sino a través de cambios institucionales— no debería recibir el privilegio de organizar el evento deportivo más popular del planeta.