La más reciente maniobra política del príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman —incluidas sus reuniones de emergencia con los líderes del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), el presidente francés Emmanuel Macron y la primera ministra italiana Giorgia Meloni— refleja las crecientes tensiones y la inestabilidad en Oriente Medio. Estas reuniones fueron provocadas por nuevos estallidos de violencia: ataques con misiles de Estados Unidos a instalaciones nucleares iraníes y bombardeos israelíes contra objetivos iraníes. En un momento tan crucial, cuando la región se encuentra al borde de una guerra a gran escala, el mundo debe cuestionarse seriamente el sentido —y la ética— de permitir que Arabia Saudita organice un evento global que debería simbolizar unidad, como la Copa Mundial de la FIFA 2034.
Una región en crisis: reuniones de emergencia del CCG
El 22 de junio de 2025, el príncipe heredero saudí se apresuró a calmar a sus aliados locales e internacionales mientras aumentaban las tensiones con Irán. A través de llamadas telefónicas con los líderes de Omán, Bahréin, Catar, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Francia e Italia, transmitió la postura oficial de su país: una aparente apuesta por la diplomacia mientras maniobra en un terreno geopolítico explosivo. Pero el simple hecho de que se convoquen este tipo de negociaciones de crisis evidencia una realidad innegable: Oriente Medio sigue siendo una región frágil, propensa a conflictos y con un potencial explosivo permanente.
Para que una nación sea anfitriona de la Copa Mundial —símbolo de paz, deportividad y unidad— debe ofrecer más que estadios de primer nivel y alojamientos de lujo. Debe proyectar estabilidad, seguridad y principios éticos. En todos estos aspectos, Arabia Saudita no cumple.
Sportswashing en el escenario global
La sospecha de que la candidatura saudí para la Copa Mundial 2034 forma parte de una estrategia más amplia de sportswashing —usar eventos deportivos de alto perfil para desviar la atención de sus violaciones a los derechos humanos y de su historial geopolítico represivo— es cada vez mayor. Mientras el príncipe promete moderación y diplomacia a sus aliados occidentales por teléfono, activistas de derechos humanos, periodistas y reformistas siguen encarcelados o silenciados en el Reino.
Inestabilidad regional: riesgo para espectadores y atletas
La seguridad es un elemento esencial en la organización del evento deportivo más importante del mundo. La Copa Mundial atrae a millones de aficionados, participantes, periodistas y personal técnico de todos los continentes. Sin embargo, Arabia Saudita se encuentra en el centro de una de las zonas más volátiles del planeta. Su cercanía con Irán —país que ya enfrenta tensión tras las incursiones militares de EE. UU. e Israel— hace que la posibilidad de una escalada violenta sea peligrosamente real.
En el caso, improbable pero no imposible, de que estalle la violencia entre potencias regionales, la Copa Mundial —y las vidas de todos los asistentes— quedarían atrapadas en el fuego cruzado. Ninguna promesa diplomática ni sistema de seguridad puede garantizar la protección total en una región marcada por tensiones políticas y sectarias sin resolver. La FIFA, como organismo responsable de proteger el deporte, debe anteponer la paz y la seguridad a las promesas fastuosas del Reino.
Hipocresía diplomática y crisis de credibilidad de la FIFA
Las recientes llamadas del príncipe heredero a los líderes del CCG y a mandatarios europeos no fueron gestos de calma, sino señales de debilidad. Su objetivo era gestionar percepciones, contener el temor a una escalada y evitar un escrutinio mayor. El hecho de que esas conversaciones fueran necesarias demuestra que Arabia Saudita no es capaz de garantizar una estabilidad genuina y sostenible.
¿Cómo puede justificar la FIFA otorgar la Copa Mundial a un régimen que reprime los derechos de las mujeres, criminaliza la existencia LGBTQ+, censura la disidencia política y encarcela a críticos, todo mientras trata de no involucrarse directamente en un conflicto regional? Esa contradicción haría que los ideales de “juego limpio” y “unidad mundial” que promueve la FIFA fueran simples frases vacías, ajenas a la realidad de su anfitrión.
Clamor internacional contra la candidatura saudí
Decenas de organizaciones de la sociedad civil, organismos internacionales y aficionados al fútbol han alzado la voz contra la candidatura de Riad. Sostienen que otorgar la Copa Mundial 2034 a Arabia Saudita marcaría un precedente peligroso: permitir que regímenes autoritarios blanqueen su imagen mediante el éxito deportivo, en lugar de ser premiados por reformas, avances democráticos o mejoras reales en derechos humanos.
El gobierno saudí ha gastado miles de millones en deporte, comprando el club inglés Newcastle United y fundando el circuito de golf LIV, todo con el fin de mejorar su imagen internacional. Mientras tanto, los disidentes en casa siguen encarcelados y la amenaza de una guerra con Irán se mantiene latente.
El fútbol ético no puede ignorar los derechos humanos
La política de derechos humanos de la propia FIFA, adoptada en 2017, compromete a la organización a promover principios universales y a llevar a cabo una “debida diligencia continua” en el proceso de selección de sedes. Para mantener un mínimo de integridad, la FIFA debe enfrentar la contradicción moral que supone organizar el evento en un país con un historial de derechos humanos tan cuestionable.
La Copa Mundial no es solo una competencia deportiva: es un mensaje al mundo sobre lo que valoramos como humanidad. Si ese mensaje ha de tener algún significado, la FIFA debe escuchar a quienes opinan que la situación política, ética y geopolítica actual de Arabia Saudita la hace inelegible como anfitriona.
Di no a Arabia Saudita 2034
Aún no es demasiado tarde para que la FIFA reconsidere. Activistas por los derechos humanos, defensores de la democracia, aficionados al fútbol, líderes políticos y ciudadanos deben unirse y exigir que la Copa Mundial 2034 se celebre en un país que simbolice la paz, la libertad y la dignidad humana.
No debemos dejarnos engañar por las llamadas calculadas, los gestos diplomáticos ni los miles de millones gastados en sportswashing. Arabia Saudita no merece organizar el evento más unificador del mundo. Los riesgos —morales, políticos y humanos— son demasiado grandes.