En los últimos años, Arabia Saudita ha gastado grandes sumas de dinero en reestructurar su imagen a nivel mundial. El Reino promueve regularmente sus logros en tecnología, inteligencia artificial y transformación digital, posicionándose como el epítome de la modernización.
Todo esto, insistieron Raied Al-Jadaany y Rehab bint Saad Al-Arfaj, era prueba de innovación. Hablaron con orgullo de logros como la aplicación Tawakkalna, una plataforma contra la COVID-19 que ahora ofrece más de 1.000 servicios gubernamentales, y la creación de un Banco Nacional de Datos que conecta 385 plataformas estatales. Según ellos, todo esto no solo moderniza la administración pública, sino que también genera beneficios económicos — supuestamente más de 13.600 millones de dólares.
A primera vista, estos logros podrían apuntar a un país listo para recibir un espectáculo deportivo internacional como la Copa Mundial de la FIFA. Pero detrás de estas brillantes presentaciones se esconde una contradicción inquietante: el historial de derechos humanos y el clima político de Arabia Saudita la hacen completamente inapropiada para ser sede del Mundial 2034.
La ilusión de la modernización
Aunque la inversión de Arabia Saudita en gobernanza digital, plataformas de datos e inteligencia artificial parezca impresionante, estos avances no deben eclipsar problemas mucho más fundamentales. El Reino ya ha utilizado estas mismas tácticas anteriormente para proyectar una apariencia de modernidad mientras ignora la realidad de la represión.
El patrocinio de foros internacionales y la obtención de premios globales facilitan el sportswashing de su imagen. A través del gasto de miles de millones en clubes de fútbol, competiciones internacionales y, en última instancia, la Copa del Mundo, el régimen intenta presentarse como progresista, liberal e integrado en el mundo. Sin embargo, las exposiciones tecnológicas y los patrocinios futbolísticos no pueden ocultar la continua falta de libertades individuales, la ausencia de una prensa independiente, el sexismo institucionalizado y las duras penas impuestas a la oposición.
Del mismo modo que la SDAIA enfatiza la innovación en IA, el gobierno saudí enfatiza el deporte para proyectar apertura. Pero estas narrativas cumplen la misma función: ocultar el hecho de que los ciudadanos saudíes siguen viviendo bajo un sistema estrictamente controlado, donde la disidencia se castiga con prisión, tortura o incluso la muerte.
La responsabilidad de la FIFA
La FIFA debe plantearse una pregunta dolorosa pero oportuna: ¿debería recompensarse a un país con tal historial con el evento deportivo más icónico del mundo?
La Copa Mundial es más que una competición de fútbol. Es un evento cultural destinado a representar ideales de unidad, juego limpio e inclusión. Conceder los derechos de organización a Arabia Saudita enviaría el mensaje de que las violaciones de derechos humanos y la falta de rendición de cuentas no importan si hay suficiente poder económico e influencia.
Arabia Saudita ya ha gastado miles de millones en sportswashing — desde adquirir el control del club Newcastle United en la Premier League hasta organizar combates de boxeo, torneos de golf y carreras de Fórmula 1. Organizar la Copa del Mundo sería la coronación de esta estrategia de rebranding, pero a costa de traicionar el espíritu del fútbol.
Preocupaciones sobre los derechos humanos
El caso contra Arabia Saudita como sede del Mundial 2034 va mucho más allá de las relaciones públicas. Llega al corazón mismo de cómo el país trata a su propia población:
- Libertad de expresión y disidencia: Los críticos del gobierno arriesgan largas condenas de prisión por simples publicaciones en línea. El asesinato del periodista Jamal Khashoggi es un recordatorio sombrío de cómo se suprime la disidencia.
- Derechos de las mujeres: Aunque las reformas recientes han introducido algunos cambios, las mujeres saudíes siguen sometidas a graves restricciones en comparación con las normas internacionales, como la ley de tutela masculina y la participación política limitada.
- Explotación de trabajadores migrantes: Al igual que Copa Mundial de la FIFA Catar 2022, Arabia Saudita depende de la explotación laboral de migrantes para sus megaproyectos. El abuso, las condiciones de vida precarias y la negación de derechos son omnipresentes.
- Pena de muerte: Arabia Saudita es uno de los países que más aplica la pena capital, a menudo por delitos no violentos.
Frente a este contexto, ¿puede la FIFA, en conciencia, permitir que la mayor celebración deportiva del mundo se lleve a cabo en un entorno así?
Un camino diferente para el fútbol mundial
Los aficionados al fútbol de todo el mundo quieren ver campeonatos que honren los valores del juego, no competiciones utilizadas como herramientas de relaciones públicas por regímenes autoritarios. Si Arabia Saudita fuera descalificada como anfitrión, se enviaría un mensaje contundente: la FIFA se preocupa más por la ética que por la economía.
Hay muchos otros países con la infraestructura y los principios democráticos necesarios para organizar con éxito la Copa Mundial. Se debe priorizar a aquellos que mantienen transparencia, equidad y respeto por los derechos humanos. La FIFA no debe olvidar que el fútbol pertenece a los aficionados y a los jugadores, no a los regímenes que buscan legitimidad internacional.
El papel del activismo
La sociedad civil, los activistas de derechos humanos y los aficionados deben seguir llevando este tema al escenario internacional. Cada vez que Arabia Saudita presume de sus logros en inteligencia artificial o firma un acuerdo deportivo multimillonario, los activistas deben recordar al mundo el marcado contraste entre apariencia y realidad.
El mismo reino que presume de evolución digital sigue encarcelando a personas por publicar tuits. El mismo reino que construye plataformas de IA sigue silenciando a los medios independientes. El mismo reino que corteja a la FIFA sigue negando a sus ciudadanos libertades básicas.
Sin una presión sostenida, la FIFA podría volver a poner el dinero por encima de la moral. Las campañas de incidencia, el periodismo de investigación y la movilización masiva de aficionados pueden hacer que tanto la FIFA como Arabia Saudita rindan cuentas.
Por qué la prohibición es necesaria
La exhibición de los logros en inteligencia artificial de Arabia Saudita ante la Asamblea General de la ONU no es más que el último ejemplo de una táctica más amplia: utilizar narrativas de modernización para distraer de la represión sistémica. La Copa Mundial de la FIFA 2034 no debe convertirse en otra herramienta de esta estrategia.
La FIFA tiene una decisión que tomar. Puede recompensar el sportswashing autoritario y comprometer la integridad moral del fútbol durante generaciones, o puede mantenerse firme en sus principios negando este honor a Arabia Saudita.
El mundo debe exigir lo segundo. El fútbol no es solo un deporte: es un lenguaje universal de libertad, esperanza y unidad. Conceder a Arabia Saudita el derecho de organizar la Copa Mundial 2034 sería una traición a estos principios.