Bloquear el marcador: Por qué la diplomacia en la ONU refuerza el llamado a boicotear Arabia Saudita 2034
Credit: Arab News

Bloquear el marcador: Por qué la diplomacia en la ONU refuerza el llamado a boicotear Arabia Saudita 2034

La reciente participación de alto perfil de Arabia Saudita en la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGA80) pone de relieve la estrategia global del Reino. Cuando el ministro de Asuntos Exteriores, el príncipe Faisal bin Farhan, encabezó la delegación en Nueva York, acompañado de altos funcionarios como la princesa Reema bint Bandar, Adel al-Jubeir y otros, el país prometió defender la paz, la ayuda humanitaria y el desarrollo sostenible.

Incluso presidió conferencias sobre Palestina, cooperación multilateral y seguridad global. A primera vista, se trataba de un país que se presentaba como un actor responsable, listo para asumir liderazgo en la diplomacia internacional.

Pero detrás de esa pulida actuación diplomática se esconde una realidad muy distinta: represión, censura, ejecuciones masivas y abuso sistemático de trabajadores migrantes definen la vida cotidiana de muchos.

El mero acto de proyectar una imagen tan positiva en la ONU refleja la misma lógica detrás de la candidatura de Arabia Saudita para organizar la Copa Mundial de la FIFA 2034. Ambos escenarios —la tribuna de la ONU y el campo de fútbol— son herramientas de blanqueo reputacional y sportswashing. Por esta razón, vincular la diplomacia global saudí con sus ambiciones deportivas hace que el llamado a boicotear el Mundial de Arabia Saudita 2034 sea más urgente que nunca.

La brecha entre palabras y realidad

La participación saudí en la UNGA80 se presentó como un compromiso de “apoyar la paz y seguridad internacionales” y “promover el desarrollo humanitario”. Sin embargo, los organismos de vigilancia internacionales cuentan una historia muy distinta.

Freedom House, en su informe Freedom in the World 2025, otorgó a Arabia Saudita una de las calificaciones más bajas del mundo: apenas 1 de 40 en derechos políticos y 8 de 60 en libertades civiles. El Reino sigue siendo “No Libre”, sin elecciones nacionales y con la disidencia criminalizada. Los críticos que se atreven a cuestionar políticas enfrentan décadas en prisión o incluso la pena de muerte por simples tuits o activismo pacífico.

La represión de la libre expresión se ha vuelto extrema. Los tribunales han condenado a ciudadanos a décadas de cárcel únicamente por su actividad en redes sociales. Las plataformas en línea están estrechamente vigiladas, y muchos saudíes se autocensuran por temor a represalias estatales. Así, cuando los funcionarios saudíes hablan en la ONU de “diálogo” y “cooperación”, la contradicción es evidente.

Un aumento de ejecuciones

Aún más preocupante es el uso de la pena de muerte por parte de Arabia Saudita. Según datos recopilados por grupos de derechos humanos y medios de comunicación, el Reino ejecutó a 345 personas solo en 2024, la cifra más alta en más de tres décadas. Muchas de esas personas fueron condenadas por delitos de drogas no violentos. Alarmantemente, los extranjeros constituyen una gran parte de los condenados a muerte, lo que subraya la vulnerabilidad de los trabajadores migrantes en un sistema con pocas garantías de juicio justo.

El contraste es imposible de ignorar. En la ONU, los funcionarios saudíes se presentaron como defensores de la paz y los valores humanitarios. En casa, supervisaron un aparato estatal que llevó a cabo ejecuciones masivas a niveles récord. Permitir que un régimen así organice el mayor evento deportivo del mundo en 2034 sería darle un escenario dorado para distraer de estas realidades.

Trabajadores migrantes y el costo oculto

El costo humano de los grandes proyectos saudíes, especialmente los vinculados a Visión 2030 y a megaproyectos de construcción como NEOM, es asombroso. Investigaciones independientes estiman que más de 21,000 trabajadores migrantes han muerto desde que comenzó la construcción de estos desarrollos futuristas.

Detrás de las campañas de marketing brillantes hay historias de robo de salarios, jornadas excesivas y condiciones inseguras. Algunos trabajadores han reportado ser obligados a laborar hasta 84 horas semanales, muy por encima de los límites legales, sin recursos efectivos cuando los salarios son retenidos o la seguridad ignorada.

Muchos de estos trabajadores provienen del sur de Asia, el sudeste asiático y África. Son la columna vertebral invisible de las ambiciones económicas saudíes, pero permanecen sin voz y sin protección. La organización del Mundial inevitablemente dependerá de sistemas laborales similares —repitiendo los devastadores abusos documentados en Catar durante el torneo de 2022. Repetir esa tragedia, a una escala aún mayor en Arabia Saudita, sería inadmisible.

Represión transnacional

La represión saudí no se detiene en sus fronteras. Human Rights Watch ha documentado cómo guardias fronterizos saudíes mataron a cientos de migrantes etíopes que intentaban cruzar desde Yemen, en algunos casos disparándoles a quemarropa. Algunos sobrevivientes reportaron que los guardias les preguntaron qué parte del cuerpo preferían que les dispararan antes de hacerlo, acciones que grupos de derechos han dicho podrían constituir crímenes de lesa humanidad.

El Reino también persigue a sus críticos en el extranjero, utilizando vigilancia, intimidación e incluso secuestro. El asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018 sigue siendo un recordatorio escalofriante de hasta dónde está dispuesto a llegar el régimen para silenciar la disidencia. En este contexto, los intentos saudíes de presentarse como pacificadores diplomáticos en la ONU parecen más una estrategia de relaciones públicas calculada que un compromiso genuino.

La ONU y el Mundial: dos caras de la misma moneda

La activa diplomacia de Arabia Saudita en la UNGA80 forma parte de una estrategia más amplia: normalizar su imagen y ganar legitimidad en el escenario mundial. Al presidir conferencias de paz de alto nivel y alinearse con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, busca ser visto como un actor responsable y moderno. Organizar la Copa Mundial de la FIFA en 2034 es simplemente la extensión deportiva de esta misma estrategia.

Los megaeventos como el Mundial brindan enormes dividendos reputacionales. Permiten a las naciones anfitrionas presentar una versión pulida y cuidadosamente gestionada de sí mismas, mientras se marginan las voces críticas. Para Arabia Saudita, que ya invierte miles de millones en deportes, cultura y entretenimiento, 2034 no se trata tanto de fútbol como de cimentar su imagen global como un líder progresista. Sin escrutinio, esta narrativa eclipsará la realidad cotidiana de ejecuciones, represión y abusos laborales.

Por qué importa el boicot

Algunos argumentan que organizar eventos internacionales puede alentar reformas. Pero la evidencia sugiere lo contrario. A pesar de las promesas de mejora, el historial de derechos humanos de Arabia Saudita ha empeorado en los últimos años.

El aumento de ejecuciones, la continua represión de activistas y las muertes de trabajadores migrantes muestran que el compromiso global no ha llevado a cambios significativos. Un boicot a Arabia Saudita 2034 es, por tanto, esencial —no como un gesto simbólico, sino como una forma necesaria de rendición de cuentas. Negarse a participar o respaldar el torneo significaría:

  • Presionar a la FIFA, patrocinadores y equipos para que exijan reformas reales.
  • Mostrar solidaridad con las comunidades vulnerables más perjudicadas por el régimen.
  • Evitar que Arabia Saudita utilice el deporte como escudo contra la crítica.
  • Enviar un mensaje de que la comunidad internacional no recompensa la represión con prestigio.

De las palabras a la acción

La actuación de Arabia Saudita en la UNGA80 y sus ambiciones para la Copa Mundial 2034 están cortadas por la misma tijera. Ambas buscan proyectar una imagen de paz, progreso y cooperación, mientras la realidad cuenta otra historia: una de represión, ejecuciones, censura y abusos sistémicos.

El mundo no puede darse el lujo de mirar hacia otro lado. La FIFA, los patrocinadores, los aficionados y la sociedad civil deben reconocer que participar en Arabia Saudita 2034 significaría respaldar a un régimen que utiliza plataformas globales no para cambiar, sino para ocultar.

Boicotear la Copa Mundial de la FIFA 2034 en Arabia Saudita no se trata solo de fútbol: se trata de asegurar que el evento deportivo más visto del mundo no se convierta en el ejercicio de relaciones públicas más elaborado del planeta para encubrir la represión.