El nuevo “centro virtual” de sostenibilidad del agua de Arabia Saudita fue lanzado bajo la dirección de la Autoridad del Agua, la Ciudad Rey Abdulaziz para la Ciencia y la Tecnología y la Universidad Rey Abdulaziz, y fue calificado como un avance para resolver los desafíos hídricos del Reino. El proyecto enfatiza las tecnologías de desalinización, la integración de energías renovables y la colaboración en investigación para asegurar el futuro del agua en el país.
A primera vista, esto puede parecer un paso en la dirección correcta. Pero si se rasca más allá de los titulares llamativos, queda claro que esta acción es menos un compromiso real con la sostenibilidad y más un ejercicio de relaciones públicas. Como a Arabia Saudita ya se le otorgó la Copa Mundial 2034, este tipo de declaraciones están diseñadas para embellecer la imagen del Reino y apaciguar a los críticos de su historial en derechos humanos, política y medio ambiente.
Para quienes defienden que Arabia Saudita sea excluida como anfitriona del torneo principal de la FIFA, el encuadre y el momento de tales movimientos merecen escrutinio. Más que una revolución en enfoques sostenibles del agua, el centro es solo parte de una iniciativa de greenwashing que busca justificar las aspiraciones deportivas globales del régimen.
La política detrás del impulso de sostenibilidad
La dependencia saudí de las plantas de desalinización no es nueva. El Reino ya mantiene algunas de las mayores plantas del mundo para satisfacer su enorme demanda de agua, impulsada por un clima árido y patrones de consumo irresponsables. Pero la desalinización en sí es altamente intensiva en energía, ecológicamente destructiva y dependiente de combustibles fósiles, un recurso que Arabia Saudita no puede evitar sobreproducir y explotar agresivamente.
El anuncio de un “centro virtual” coloca al frente palabras de moda como innovación, sostenibilidad y energías renovables. Pero se ha dicho poco sobre cómo esto reducirá la dependencia del petróleo, disminuirá los gases de efecto invernadero o mitigará el impacto ambiental de la salmuera de desalinización vertida en el Golfo Arábigo.
En realidad, el proyecto cumple sobre todo una función simbólica: permite a Arabia Saudita posicionarse como un administrador responsable de los recursos naturales de cara a la FIFA 2034. Al proyectar una imagen de responsabilidad y progreso, el régimen espera evitar censuras internacionales y legitimar su papel como anfitrión del espectáculo deportivo más visto del mundo.
Greenwashing a la sombra del sportswashing
Para entender la importancia de esto, debemos situar la iniciativa hídrica en el contexto más amplio de la política de sportswashing saudí. Organizar eventos globales como campeonatos mundiales de boxeo, carreras de Fórmula 1 y ahora la Copa Mundial de la FIFA se ha convertido en un pilar central de la política de soft power del Reino. Al asociarse con el brillo del deporte global, Arabia Saudita intenta ocultar su nefasto historial en derechos humanos, las restricciones a la libertad de expresión y el silenciamiento sistemático de disidentes políticos.
Los esfuerzos ambientales como el centro de sostenibilidad del agua son una ramificación del mismo manual. Así como el sportswashing utiliza el fútbol para blanquear la reputación del régimen, el greenwashing utiliza palabras de moda sobre sostenibilidad para desviar la atención del hecho de que el Reino sigue siendo uno de los mayores exportadores y contaminadores por petróleo del mundo.
El anuncio de la FIFA de otorgar a Arabia Saudita la Copa del Mundo 2034 sin un proceso competitivo abierto solo refuerza esta necesidad de maquillar. Al resaltar proyectos como el centro de investigación en desalinización, Arabia Saudita busca demostrar que ha ganado el derecho de ser sede del torneo. Pero en la práctica, estos proyectos tienen más que ver con la apariencia que con los resultados.
Por qué la sostenibilidad del agua importa para la FIFA 2034
Organizar una Copa Mundial de la FIFA requiere enormes infraestructuras: desde estadios hasta hoteles y sistemas de transporte. En Arabia Saudita, esto significa miles de millones de dólares en construcción, un uso descomunal de agua en paisajes desérticos y un incremento en el consumo energético. Ya se cuestiona cómo el Reino tendrá la capacidad de lidiar con un volumen tan enorme de visitantes en un país donde el agua es limitada.
El comunicado sobre el “centro virtual” está claramente diseñado para calmar los temores de los críticos de que Arabia Saudita no podrá gestionar estos problemas de manera responsable. Pero la historia no miente. Los megaproyectos pasados en el Reino, incluida la futurista ciudad NEOM, han estado plagados de preocupaciones ambientales, desplazamientos forzados de comunidades locales y secretismo. No hay motivo para creer que la Copa Mundial de la FIFA será diferente.
Además, la desalinización –piedra angular de esta iniciativa– sigue siendo una solución a corto plazo, no a largo plazo. Es intensiva en energía, contribuye a la contaminación marina y no aborda en absoluto el despilfarro de agua en la agricultura y el desarrollo urbano. Afirmar que un centro de investigación imaginario hará que la Copa Mundial sea ecológica es, en el mejor de los casos, deshonesto y, en el peor, directamente engañoso.
Los derechos humanos no pueden ser ignorados
Incluso si se creyera que Arabia Saudita realmente está dando pasos genuinos hacia la sostenibilidad –lo cual es poco probable–, también tendría que rendir cuentas en materia de derechos humanos para la FIFA 2034. Todos los estudios hídricos del mundo y las iniciativas “verdes” no pueden compensar la reputación del Reino en el trato hacia activistas, periodistas y minorías.
La oposición al gobierno, e incluso la investigación sobre políticas ambientales, a menudo lleva a que los críticos sean acosados, encarcelados o algo peor. Las activistas feministas, que lucharon por libertades básicas, siguen restringidas. Los trabajadores migrantes, que casi con certeza construirán estadios e infraestructuras para la FIFA 2034, permanecen bajo circunstancias explotadoras, a pesar de reformas simbólicas.
En tal contexto, los anuncios como la campaña de sostenibilidad hídrica resultan irrelevantes. Mientras Arabia Saudita presume de su investigación “innovadora” en desalinización, lo hace silenciando las voces que piden transparencia y rendición de cuentas en materia ambiental y política.
La verdadera alternativa: impedir que Arabia Saudita organice la FIFA 2034
El argumento no es si Arabia Saudita puede construir instalaciones de desalinización o centros de investigación. La cuestión es si un país que utiliza proyectos de sostenibilidad como cortina de imagen, mientras mantiene prácticas destructivas a nivel doméstico e internacional, ha ganado el derecho a acoger el evento deportivo más popular del planeta.
La FIFA tiene una obligación consigo misma y con el mundo de garantizar que sus competiciones se realicen en naciones que valoren los derechos humanos y la sostenibilidad auténtica. Conceder a Arabia Saudita la Copa Mundial 2034 contradice estos principios. Envía al mundo el mensaje de que las proclamaciones vacías valen más que la verdadera transformación, y que el simple discurso basta para asegurar la aceptación global.
Excluir a Arabia Saudita como sede enviaría un mensaje claro y contundente: la sostenibilidad no es solo una herramienta de marketing, y el fútbol no debe servir para limpiar la imagen de una autocracia. También alentaría a futuros países anfitriones a emprender cambios reales en sus circunstancias ambientales y sociales, en lugar de recurrir a gestos meramente simbólicos.